(2020) | 95 min.
Segundas partes alguna vez son buenas, y yo aún diría más, muy buenas. Es el caso de Los Croods 2: Una nueva era, que llega siete años después de la primera entrega. Sus responsables, lejos de dormirse en los laureles de la excelente acogida del film original, y confiar en que el público acuda a los cines por pura inercia, se ha esforzado en pergeñar una trama repleta de hallazgos, capaces de hacer disfrutar a los miembros de cualquier de edad del clan familiar que se acerque a ella, todos se pueden sentir representados e interpelados.
Seguimos nuevamente las andanzas de la familia Crood, la adolescente Eep, los padres Grug y Ugga, los hermanos Thunk y Sandy, y la abuela Gran, a los que se sumó Chico, que perdió a su familia, y de la que Eep está superenamorada. Grug es partidario de la unidad del clan a toda costa, aunque Eep y Chico hacen planes en privado –en privado, dentro de lo que cabe– para independizarse, andan en busca de lo denominan esperanzados “un mañana”. Y ese mañana llega en forma de algo parecido a un paraíso terrenal construido por el matrimonio Masmejor, Hope y Phil, padres de Alba, que además de tener amurallado lo que se diría un vergel rebosante de árboles frutales, disponen de muchas comodidades, como habitaciones separadas, ascensor, ropa “cool” e incluso chanclas. Resulta que los Más Mejor eran íntimos amigos de los padres de Chico, y ya empiezan a hacerse ilusiones de emparejar a Alba con el recién llegado, a quien ven como a un nuevo hijo. En cambio al resto de los Croods les consideran un poco... cavernícolas.
Aunque con amplia experiencia de animador, Joel Crawford se estrena como director de largometrajes, y supera la prueba sobradamente, bien apoyado en un guión con muchos contribuyentes, desde los escritores del primer film, Kirk De Micco y Chris Sanders, a los hermanos Dan y Kevin Hageman, y a Paul Fisher y Bob Logan, que están detrás de muchas “legopelículas”. Narrativamente, la película es una delicia, porque aborda temas variadísimos, algunos muy actuales: la rebeldía adolescente y la sobreprotección de los padres, ya conocidos de la otra película, pero también el de creerse superiores al otro por tener determinadas habilidades y conocimientos de los que los otros carecen, o la búsqueda de espacios individuales para que nadie “moleste” e incluso, genial en una cinta prehistórica, se lanzan acertados dardos a... ¡la adicción a las pantallas! Las diferencias entre los Croods y los Masmejor van en la línea de Tarzán confrontado con la civilización, pero con un toque muy original hipsterpijo en los segundos.
La trama está llena de ocurrencias que a priori podrían parecer disparatadas, como de auténtico desparrame, por ejemplo la prohibición de tomar plátanos, la aparición de animales superpintorescos y la posibilidad de comunicarse con ellos, las delicias de una sauna o lo relativo a los talentos ocultos de la abuela, por no hablar de la inclusión de momentos musicales o ralentíes inesperados, pero el caso es que estas audacias, lejos de chirriar, se convierten en piezas de un puzzle donde se acaba componiendo una imagen nítida y disfrutable. De nuevo la animación es de gran calidad, tanto en los momentos que podríamos describir como más oníricos o diferentes, véanse la degustación glotona de manjares, o la ilustración de diarios y cuadernos de bitácora, como en lo relativo a la textura de la piel y cabello de los personajes.