Sin huellas (2023), de Paco Caballero

Desi, gitana lesbiana, trabaja como limpiadora para una contrata que la paga de aquellas maneras. Acude con su compañera Cata, mexicana sin papeles casada con un borracho violento, a limpiar una mansión, aunque en el dormitorio principal encontrarán bajo la cama un cadáver, y después una bolsa con dinero. Acabarán perseguidas por la policía, que las considera sospechosas del asesinato, y la mafia, que pretende recuperar el botín, así que no les queda más remedio que tomar un coche y poner pies en polvorosa.

Carlos de Pando y Sara Antuña,, creadores de ¡García!, están al frente, con otros guionistas, de esta producción que recuerda a la fallida Sky rojo, también con mujeres en fuga, si bien aquí se ha establecido un tono más amable, que podría haber funcionado mucho mejor. Se mezcla comedia con denuncia social, poniendo el foco en la situación de los inmigrantes y miembros de minorías étnicas, y las duras condiciones laborales que sufren las que limpian, popularmente denominadas las ‘kellys’.

Por desgracia, los personajes no pasan de estereotipos, sobre todo el marido sin escrúpulos, o los hampones rusos, mientras que los supuestos elementos humorísticos no acaban de lograr la ansiada sonrisa. Carolina Yuste, ganadora del Goya por interpretar a otra gitana homosexual, en Carmen y Lola, suele rebosar espontaneidad en sus trabajos, pero aquí resulta demasiado forzada. La azteca Camila Sodi lleva a cabo un trabajo más contenido y creíble, pero no logra remontar. Además, la trama no da ni de lejos para ocho capítulos de unos 45 minutos.