Todas las veces que nos enamoramos (2023), de Mateo Gil

Principios del siglo XXI. Irene deja atrás a su familia y a su novio de toda la vida en Castellón para iniciar sus estudios de Comunicación Audiovisual, en la Universidad Complutense de Madrid, pues desea convertirse en directora de cine. Tras hacer buenas migas con compañeros con los que compartirá piso, en un preestreno de un largometraje conoce a Julio, estudiante de Derecho aficionado al Séptimo Arte con el que surge el flechazo. Por una serie de infortunios, nunca llegarán a ser pareja.

Tras Élite, Carlos Montero crea otra serie juvenil para Netflix. Se espera más, porque el primer capítulo tiene como director a Mateo Gil, entre otras cosas autor de la historia de Tesis, que transcurre en la misma facultad, como se recuerda en la trama. Por desgracia, y pese a que él mismo debe tener mucho en común con el personaje central, el canario no logra aportar algo de madurez, ni profundidad a los personajes, por culpa de un guión con todos los defectos de los peores subproductos para adolescentes.

Podría haber funcionado mejor si se centrara más en la cara oculta de la industria del cine, y el precio de la fama, pero se va por el camino del culebrón subido de tono, que va perdiendo fuelle progresivamente. Además, se extiende hasta la extenuación, pues de ocho capítulos sobran la mitad. No ayuda la sosería de Georgina Amorós (que proviene precisamente de Élite) y Franco Masini (que despuntó en la similar Rebelde). Resulta especialmente desastrosa la parte que transcurre en la actualidad, pues los personajes no parecen haber evolucionado ni un poquito, pese a que hayan pasado veinte años.