Cine y arqueología. La arqueología en la gran pantalla (Carlos Tejerizo García, Berenice, colección Chaplin, 333 págs)
Exhaustivo y entretenido libro que aborda el modo en que la arqueología se ha convertido en tema recurrente en las películas, hasta el punto de que puede identificarse fácilmente un subgénero, casi siempre ligado al cine de aventuras, que aborda la cuestión. Tiene el atractivo de estar escrito por un profesional del ramo, que ha realizado un buen puñado de investigaciones y trabajos de campo, y a quien le encanta el cine, por lo que liga un buen conocimiento de en qué consiste ser arqueólogo, con el poder mirar a los filmes sin prejuicios, que otros colegas demasiado puntillosos exhiben cuando las licencias artísticas o creativas son condenadas sin matices. Además, en cierto modo explorar películas para componer el libro no deja de tener un claro paralelismo con el oficio del arqueólogo.
Carlos Tejerizo ha sabido estructurar su libro con impecable lógica, mencionando casi desde el principio al icono de arqueólogo por antonomasia, Indiana Jones, a quien se puede ver fugazmente en las películas de Steven Spielberg dando clases, para enseguida vivir mil y una trepidantes aventuras. Y lo primero que hace es delimitar los elementos que cualquiera asocia al cine arqueológico: mirada al pasado, escenarios exóticos, búsqueda de un tesoro. Hasta el punto de que los personajes puede que no tengan una tarjeta de visita que diga “arqueólogo”, pero responden al patrón del desenterrador de objetos sepultados por el paso del tiempo y que son sacados a la luz. Con esta idea en la cabeza, el autor detecta la presencia de arqueólogos en géneros variopintos, y traza una breve historia del cine con los títulos pertinentes, con una mirada claramente centrada en el cine de Hollywood.
La búsqueda de un tesoro es un motor poderoso para cualquier trama. Tejerizo explica el término de macguffin popularizado por Alfred Hitchcock, e incluso ofrece una lista de películas con los objetos del deseo de cazadores de tesoros, coleccionistas y arqueólogos, que pueden ser por supuesto el arca de la alianza y el santo grial que busca Indy, pero también una momia o la máscara de Gengis Khan. Otras veces se trata de objetos más o menos imaginados que pueden asociarse a un personaje histórico célebre, todo vale. Y cabe asociar a su descubrimiento maldiciones, y hacer hincapié en la avaricia de algunos buscadores que son auténticos saqueadores y expoliadores, a los que del objeto anhelado únicamente les importa su valor de mercado, casi siempre negro.
El imaginario popular tiene una idea del arqueólogo que ha popularizado el cine. Tejerizo recuerda que frente a la imagen más o menos estereotipada que ofrece el cine, existe la realidad de pesadas excavaciones, catas de terreno, análisis de distintas capas del suelo. Hay ciencia detrás de este trabajo, no sólo suerte o aventuras sin fin, y al contrario que en ciertas aventuras trepidantes, el arqueólogo cuida de no destruir templos malditos u otras maravillas cuando entra en lugares no hollados por el ser humano desde hace mucho tiempo. Y desde luego, el atuendo del arqueólogo no siempre es un sombrero salacot, a veces usado para ridiculizar al explorador de turno que no ha pisado una jungla en su vida, o el mítico de Indiana Jones. Está bien además jugar a la desmitificación, como la habitual mención al carbono 14 para fechar la antigüedad de algún descubrimiento, se trata de una herramienta útil, pero con imprecisiones que no se pueden obviar.
En los tiempos que corren, el autor se siente obligado poco menos que a pedir disculpas por la poca presencia de mujeres arqueólogas en el cine, aunque esté el personaje emblemático, más por los videojuegos, de Lara Croft. También alude a la poca representación de la comunidad LGBTI+, aunque curiosamente no alude a que ocurre lo mismo en relación a familias felices de arqueólogos, y eso que la relación de Indiana Jones con su padre podría haber dado pie a ello. Los parámetros culturales invitan también a una valoración del colonialismo, que sin duda ha permitido históricamente hacer avanzar la ciencia arqueológica, pero que habría tenido un coste demasiado alto, también por las actitudes racistas.
Se agradece la mirada abierta de Tejerizo, brindis final incluido por el cine de aventuras, capaz de apreciar y disfrutar ciertas películas, aunque no sean perfectas. El autor lista un top de aciertos y errores, en que destaca la emoción del descubrimiento, que cualquiera entiende porque lo ha experimentado de algún modo a lo largo de su vida, aunque no se trate de hallazgos arqueológicos; o la frecuencia en que se nos enseñan esqueletos que en la vida real no podrían sostenerse en pie y aguantar sin convertirse en un montón de huesos, si no en puro polvo. Resulta además muy útil el listado final de títulos arqueológicos, y la admisión de que puede haber títulos de cinematografías poco difundidas en Occidente, que traten también el tema.