Boyhood. Momentos de una vida es una película singular, y por lo tanto su guión también debe serlo. Rodada a lo largo de doce años, algo absolutamente inusual en el panorama fílmico, su intención es mostrar el ingreso en la edad adulta –el momento en que marcha a la universidad– de un niño, Mason, describiendo su vida cotidiana en un entorno familiar en constante evolución, a la vez que se interroga, como todo ser humana, acerca del sentido de su existencia. Richard Linklater, director y guionista, ha trabajado a conciencia su libreto fílmico, y el espectador tiene en efecto la sensación de ser testigo privilegiado de cómo va madurando Mason, todo fluye con gran naturalidad.
Costuras invisibles
Gran mérito de Linklater es que las costuras de su guión resultan casi invisibles. Si el analista se empeña, puede tal vez descubrir tres actos en la narración y los goznes alrededor de los cuales gira la trama, pero todo es muy suave, se impone la sensación de normalidad que demanda la historia. Ciertamente la estructura responde al arquetipo del viaje del héroe, aunque hay muchos personajes y todos crecen de algún modo, seguimos sobre todo a Mason, que tiene seis años al iniciarse el film, y veinte cuando concluye. Trama conducida por el protagonista pues, las imágenes con que arranca y cierra la película tienen algo en común y algo que señala lo que ha cambiado en todo el tiempo transcurrido: Boyhood se inicia con el cuadro en negro y una música de fondo, pasamos a un plano del cielo azul con nubes, el punto de vista de Mason, y de ahí se corta a Mason niño tumbado sobre el césped y mirando al cielo, todo un símbolo de la vida por delante que le va a tocar vivir; al acabar el film un Mason universitario, acompañado de una chica a la que acaba de conocer, está de espaldas en plena naturaleza, a la hora del crepúsculo, integrado en el paisaje, cielo y tierra, ha dejado atrás la muchachez (boyhood) para adentrarse en la etapa adulta, y de aquí se corta al cuadro en negro.
La vida de Mason y su crecimiento están marcados por la vida familiar, y precisamente algunas de sus vicisitudes ayudan a vertebrar el argumento, aunque insisto, con suavidad. El chico y su hermana Samantha (o Sam) viven con su madre Olivia en Texas, los padres están separados, Mason Senior es un tipo inmaduro con aspiraciones a cantante que se ha ido a vivir a Alaska. Las dificultades económicas obligan a la familia a varias mudanzas, y a Olivia a matricularse en la universidad para labrarse un futuro profesional. La presentación de esta situación y la primera de las visitas del padre, que empezarán a ser periódicas, pintan bien el paisaje donde va a transcurrir la película.
Estructura con nudos matrimoniales atados y desatados
Y serán dos nuevos matrimonios de Olivia y sus consiguientes rupturas –con la paralela historia de Mason Senior, la vida de soltero despreocupado y el matrimonio con una mujer que acaba haciéndole sentar la cabeza, lo que habría necesitado Olivia una década antes–, los que funcionan a modo de suaves puntos de giro en el guión, sobre todo el segundo; porque se dibujan esas relaciones, que al principio parecen marchar bien, y su deterioro. En el primer caso tenemos al profesor en la universidad de Olivia, divorciado con dos hijos de edades parecidas a las de de Mason y Sam, que resulta ser un alcohólico, rígido a la hora de aplicar unas reglas de convivencia en casa; en el otro, a un alumno de Olivia, ya profesora, hecho a sí mismo, que sirvió en la guerra de Irak, y cuyo carácter se agría y no sabe tratar a sus hijastros.
Lo particular y lo universal
Linklater demuestra ser un gran creador de personajes, incluidos los más secundarios, y también concibe escenas de intercambios dialécticos cuidadosamente concebidos, que los retratan muy bien. Tiene además el mérito de pintar con lo particular –personajes concretos– lo universal –una mirada al paisaje humano de la América actual–. Si nos fijamos en los padres y en su inmadurez, les vemos haciéndose más sabios con el paso del tiempo, aprendiendo de sus errores. Olivia es una madre entregada a sus hijos, que no tiene miedo a quedar como “la mala del película” exigiendo a sus hijos, para que hagan sus deberes o coman a sus horas; y busca un marido, figura paterna para sus hijos que esté habitualmente con ellos, aunque se equivoque. Mientras que Mason senior parece al principio un eterno Peter Pan incapaz de crecer, con buen rollito con los chicos a la hora de estar con ellos; sabe crear un clima de confianza para que hablen, aunque también cae en la cuenta que para lograrlo ha de trabajarlo, y él mismo abrirse a las preguntas a veces incómodas de Mason y Sam. Algunos de los mejores momentos que depara el film son las conversaciones del padre con sus hijos, singularmente con Mason.
Madurar como buenamente se pueda
El proceso de maduración de Mason es la espina dorsal del film, su razón de ser. Y hay una idea que con diversos matices, asoma a lo largo de la narración, que sería el sentido de la vida, la razón de la existencia. Para ello se acude a la idea de la magia, presente en los libros de Harry Potter, que devoran con ilusión, pero que en algún momento llevan al desengaño, “no hay elfos técnicamente”, explica el padre a Mason cuando éste le pregunta por el tema, tratando de hacerle ver que en cosas normales de la existencia, como pueden ser las ballenas, se descubre algo extraordinario, pero hay que saber verlo. En cualquier caso, se viene a decir, esa cotidianeidad sabe a poco.
Porque están las cosas normales de la vida, la curiosidad por el sexo, la atracción por las chicas, el instituto, prepararse para la universidad. Ejemplar escena en la cabaña de los chicos vacilones. Descubrir que te encanta la fotografía, y que se te da bien, y que puedes hacer arte, la pasión por la belleza. Maravilloso diálogo con un profesor que aconseja sabiamente. Está el desengaño, la decepción... El primer amor de Mason. El miedo a lo que va a ocurrir en el futuro, ejemplificado en la madre que ve como su último retoño va a abandonar el nido y que se pregunta, qué le queda, más allá de su seguro funeral.
Linklater ve las cosas demasiado de tejas para abajo. Incluso cuando se quiere sobrevolar la superficialidad y trascender un poco, no se eleva demasiado. El pensamiento político de Mason Senior y su ilusión porque Obama sea presidente no dejan de tener algo de idealismo pueril; y él mismo acaba asimilándose a la América profunda, la Texas de la biblia y el rifle –los regalos de cumpleaños que reciben Mason de sus nuevos abuelos–, para la feliz convivencia en su nuevo matrimonio. Resulta significativa la mirada a una porción secularizada de América, la religión para la familia de Mason no ha tenido nunca relevancia; y cuando acuden a la iglesia, por complacer a los nuevos abuelos, se comenta el pasaje de Tomás incrédulo ante la Resurrección, que debe tocar para creer, sin duda un subtexto de declaración de principios acerca de una sociedad materialista, que necesita ver y palpar para aceptar las cosas. Es la filosofía de la última escena, el planteamiento de aprovechar el momento se completa con la idea de que es el momento el atrapa a uno y le obliga a actuar de determinada manera en el particular entramado existencial. Que está ejemplificado con un detalle menor pero hermoso, el inmigrante mexicano que cambiaba las tuberías rotas, y que siguió el consejo de Olivia de estudiar, momento aprovechado, momento que atrapa.