Netflix le ha hecho un inmenso favor a todos aquellos a quienes no permite que les compartan la contraseña, porque no tienen que padecer los bodrios que estrena.
Hace un tiempo, ofrecían alguna joya como The Crown, imagino que por pura probabilidad tenían que acertar alguna vez. Pero ahora hace meses que no dan ni una, pues sacan producciones que caen en la tibieza, rodadas con desgana, por cumplir y poco más. Esta semana he padecido en Netflix el indescriptible slasher patrio El club de los lectores criminales, donde los descerebrados protagonistas no tienen pinta de haber leído un libro en su vida, así que no resulta creíble que formen parte de un club de lectura. Es más, no se sabe qué rayos hacen en la Universidad, si tendrían dificultades para sacarse la Primaria. Eso se disculparía si las escenas de asesinatos no fueran un plagio malo de las de Scream.
Peor todavía, la bizarra serie ¿Quién es Erin Carter?, donde una maestra inglesa lleva cinco años en Barcelona, pero no ha aprendido casi ni una palabra de español, ni de catalán ni nada. Pese a su profesión, y a que su novio Jordi es enfermero, habita en un casoplón que ya quisiera para sí El Coletas. Un día entra en un Mercadona y se lía a mamporros con los delincuentes que intentan atracarlo, y además el mundo es un pañuelo, porque uno de ellos la reconoce del pasado...
Así las cosas, el algoritmo de Netflix lo tiene difícil para acertar con tus gustos, por mucho que los jerifaltes de la plataforma de streaming presuman de él. "Porque viste El documental de los caracoles asesinos, aquí tienes Documentales sobre objetos inanimados que podrían o no ser asesinos". Si alguna vez te has aventurado a mirar un documental sobre un tema extraño, prepárate para un festín de sugerencias igualmente extrañas. Quién sabe, después de El documental de los berberechos beodos, podrías encontrar fascinante La historia secreta de las tostadoras psicóticas.