“Tres anuncios en las afueras” ha sido una de las películas del año, con siete nominaciones a los Oscar y dos premiados, Frances McDormand como actriz principal y Sam Rockwell como secundario. Dirigida y escrita por Martin McDonagh, resulta incómoda por la verdad sobre el ser humano que expone y por el reflejo de la sociedad rural en Estados Unidos.
Tres anuncios en las afueras resulta más interesante por sus personajes que por la estructura del guion. Todos empieza con una trama que ya hemos visto montones de veces: madre busca al asesino de su hija. Sin embargo, Martin McDonagh encuentra la manera de utilizar esto como punto de partida para una historia sobre personajes, sin apenas acción, o una trepidante investigación policial. Si algo quiere decirnos McDonagh con esta película es que todos sufrimos, todos tenemos problemas y todos los personajes de esta película están rotos por dentro. El odio engendra odio, parece decirnos el guionista, y se hacen necesarios el cambio y la reparación a través de la necesaria catarsis. Al ser una película guiada por los personajes, la estructura es más complicada de apreciar, pero como suele ser habitual, puede dividirse en tres actos.
Presión publicitaria
Todo comienza con Mildred (Frances McDormand), una madre que acaba de perder a su hija, brutalmente asesinada. Decide contratar publicidad en las tres enormes y poco solicitadas vallas publicitarias junto a una carretera poco transitada, en el prado donde su hija fue asesinada. En esos carteles hace alusión directa al jefe de policía Willoughby (Woody Harrelson) y habla del crimen de su hija con intención de presionar para que continúen con la investigación. Aunque muchos están de acuerdo con Mildred, otros habitantes del pueblo consideran que no está siendo justa con Willoughby, que tiene un cáncer terminal, algo que todos, incluida Mildred, lo saben.
En estos primeros momentos de la película casi todos los espectadores estarán de acuerdo con Mildred, entienden su dolor y la necesidad de justicia, aunque en su caso la palabra venganza puede ajustarse más a los sentimientos que la reconcomen. Aunque Willoughby puede despertar cierta lástima, su amistad con su compañero, el racista y violento Jason Dixon (Sam Rockwell), no ayuda a ponerse de su parte.
Pese a que ambos policías y varios vecinos presionan para que Mildred retire los carteles, no lo consiguen. Tras un incidente con su dentista, Mildred acaba en comisaría, y Willoughby trata de aprovechar y apretarle las tuercas, pero el jefe de policía sufre un colapso por su cáncer y es Mildred quien le ayuda con rasgos de humanidad. Aquí vemos claro que entre ellos no hay una enemistad, no se odian por lo que está sucediendo, sino que ambos hacen lo que pueden y creen correcto, por eso Willoughby la deja irse.
Historia de dos familias
Al jefe de policía el tiempo se le acaba, así que deja el trabajo y dedica sus últimos días a su familia. Mientras vemos a Mildred lidiar con su hijo, harto de los carteles y la actitud de su madre, y con su ex marido, que le reclama dinero. Descubrimos que Mildred era una mujer maltratada, y aunque mantiene el contacto con su ex por el bien de su hijo, está a punto de estrangularla al descubrir que vendió su camioneta para pagar los carteles. Será el hijo de ambos, cuchillo en mano, quien aleje a su padre de Mildred.
Así quedan definidas dos familias que aunque parecen muy diferentes, tienen mucho en común. La de Willoughby feliz, aparentemente perfecta, y sin embargo a punto de sufrir una terrible pérdida que tratan de obviar. Por otro lado está la de Mildred, divorciada, maltratada, con pocos recursos económicos y con la tragedia del inesperado asesinato de la hija. La diferencia es que en el primer caso están juntos y en relativa armonía, preparados para despedirse, y en cambio Mildred tuvo una fuerte discusión con su hija la última vez que la vio, a cuento de dejarle no el coche. La joven sale de casa sola diciendo “Si me violan, será tu culpa” a lo que su madre responde “Ojalá te violen”, sin saber que esas serían las últimas y vaticinadoras palabras entre madre e hija. Mildred se siente culpable por esto, y en general, por no saber proteger a sus hijos. Así que tenemos dos familias enfrentándose a la la pérdida con ópticas diferentes, la esperada y la inesperada, pero además McDonagh nos hace reflexionar sobre la imparcialidad de la muerte, que no distingue entre una familia "miserable" y otra "perfecta".
El suicidio que lo cambia todo
Tras un último día en familia, Willoughby se quita la vida dejando destrozado a medio pueblo, incluso a Mildred. El suicidio es inesperado y no lo comunicó a la familia para poder disfrutar realmente esos últimos momentos. Willoughby toma esta decisión porque no puede enfrentarse a la muerte prolongada, no puede seguir viendo a esa familia a la que va a abandonar. Prefiere herir a su familia una última vez que seguir soportando esa tortura, quizá está dando el paso contrario a Mildred, abandonarlo todo en lugar de afrontarlo.
El dueño de las vallas publicitarias quiere retirarlas tras la tragedia, pero Mildred se niega, aunque no hay manera de pagarlas. Un donante anónimo envía dinero para otro mes de carteles, por lo que permanecen donde está. Las amenazas a Mildred van a peor, un hombre está a punto de agredirla en la tienda, muchos la culpan del suicidio del policía. A partir de aquí, Jason Dixon tomará el relevo de Willoughby en la trama, aunque sean personajes completamente diferentes. Tras una brutal agresión al dueño de las vallas de publicidad, le expulsa del cuerpo de la policía el nuevo jefe, que irónicamente resulta ser negro.
Mildred recibe una carta que Willoughby dejó para ella antes de morir. Exculpa a la mujer de haberle inducido al suicidio, y confiesa haber pagado él los carteles un mes más, una última jugada entre ellos. La protagonista tendrá que soportar al pueblo contra ella un tiempo debido a esta pequeña venganza. De nuevo vemos que no hay rencor entre ellos, pese a toma y daca se respetan. Mildred lamenta sinceramente su muerte y él le desea suerte en la búsqueda del asesino de su hija.
Dixon también recibe una carta de su difunto jefe, en ella le confiesa que entiende su rabia, dolor y frustración, aunque los demás no lo comprendan. En una escena previa le hemos visto con su madre inválidad, una mujer dominante a la que él cuida; no hay padre a la vista, e intuimos que ella le ha inculcado sus prejuicios racistas. De modo que la carta tiene enorme fuerza, también porque se diría que le escribe alguien que vendría a ser como su padre, y que le pide que intente cambiar y encauzar esa ira hacia otras direcciones más productivas, cree que es un buen policía y que debe demostrarlo. Willoughby ha visto aquello que como espectadores hemos empezado a intuir sobre Dixon. A partir de aquí tenemos un giro en el guion. No solo Jason Dixon cobra mayor protagonismo ante la falta de Willoughby, sino que él y Mildred harán cosas que llevarán al espectador a cambiar de opinión sobre ambos.
Jugando con fuego
Mildred lleva a su hijo al instituto, como todas las mañanas, y airada ante un grupo de adolescentes que les miran mal e insultan, responde con violencia a sus provocaciones. Esa misma noche, de vuelta, alguien prende fuego a los carteles y Mildred da por hecho que ha sido la policía. Sintiéndose impotente, se juega la vida por apagarlos, ante la desesperación de su hijo, pero no lo consigue. Por primera vez llora con desesperación ante alguien, su hijo. Cree que ha perdido la batalla, pero entonces aparece uno de los chicos que pusieron los carteles la primera vez. Simpatiza con Mildred, trae consigo una copia de los carteles, y los colocan de nuevo con ayuda de su hijo, que parece entender por fin a su madre.
Pero la rabia persiste y como represalia por lo ocurrido, Mildred incendia la comisaría sin saber que Dixon está dentro, cree que no hay nadie. Esto seguramente nos haga alejarnos un paso de Mildred, pero cuando Dixon está a punto de lanzarse a las llamas para salir de allí, ve el informe del caso de la hija de Mildred y lo rescata, sorprendiéndonos a todos. Hay que recordar entonces que en su carta, el jefe alababa sus cualidades de policía, como la referencia paterna que nunca ha tenido, y esto explica sus posibilidades de redención, la decisión de proseguir la investigación. Hasta el momento, Dixon no ha mostrado ningún interés por el caso y parece odiar a Mildred. El ex agente de policía sale cubierto de llamas ante la mirada de Mildred, que no es capaz de reaccionar. Afortunadamente, el vecino enamorado de Mildred aparece para apagar las llamas de Dixon y cuando la policía les interroga a ambos, le proporciona una coartada.
Dixon, gravemente herido, se encuentra compartiendo habitación de hospital con el dueño de las vallas publicitarias al que agredió. Éste se muestra amable con él sin saber su identidad, ya que va cubierto de vendas. El ex policía se echa a llorar ante esa muestra de bondad, que no abandona cuando descubre quien es realmente. Mientras tanto, Mildred cumple su promesa y tiene una cita con su vecino, pero sin entusiasmo por su parte. En el restaurante aparece su ex marido con su nueva novia, casi tan joven como su hijo, y la actitud de Mildred empeora aún más, provocando el enfado de su acompañante, que la deja sola. Antes de marcharse lanza contra ella dolorosas verdades que hacen que Mildred se replantee lo que ha hecho hasta ese momento. Se levanta con la botella de vino en la mano y va hacia la mesa de su marido, todos creemos que, dados sus antecedentes, es muy posible que esa botella acabe rota en la cabeza de su ex. Sin embargo parece que las palabras de su cita han provocado algo en ella, les regala la botella y desea suerte, amenazando a su marido para que trate bien a su nueva pareja.
Aquí las personalidades pétreas que ambos personajes se habían construido, caen hechas añicos. Dixon, el violento racista, tiene su corazoncito y se arrepiente de las cosas que ha hecho, Mildred, por su parte, se da cuenta de que se ha excedido y ha hecho daño a gente que no lo merecía.
Profesionalidad policial y redención
Mientras está en un bar emborrachándose, Dixon escucha una conversación entre dos tipos, uno de ellos presume de haber violado a una mujer en las mismas fechas que el crimen de la hija de Mildred. Cabe decir que esta casualidad es uno de los elementos débiles del guión, un deus ex macchina, aunque resulte no ser lo que parece, con lo que se salva en parte la situación. El presunto violador es, además, el hombre que amenazó a Mildred tras la muerte de Willoughby. Dixon provoca una pelea con él, detenida gracias a la intervención del chico de los carteles y la amiga de Mildred, ambos negros, que avisan de que es un policía. El ex agente ha conseguido así una muestra de ADN y la matrícula de su coche, y entrega ambas pruebas al comisario, que le felicita por el trabajo. Esta situación viene anticipada por una conversación entre Willoughby y Mildred. Él explica que en muchas ocasiones los casos de violación se atascan durante años, hasta que el violador se emborracha y presume de sus acciones en un bar, alguien avisa a la policía y caso resuelto.
Dixon llama a Mildred, que está en el prado donde asesinaron a su hija, plantando flores en enormes macetas, como ya hemos visto en algunas escenas anteriores. Le cuenta lo sucedido y renueva las esperanzas de Mildred, que se siente aún más culpable de haber estado a punto de matarlo. Pero cuando pensamos que por fin van a atrapar al violador, las muestras dan negativo, no es el mismo hombre que violó y mató a la chica, estaba de servicio en el extranjero en esas fechas. Tanto Dixon como Mildred se sienten abatidos, él va a visitarla y mantienen una conversación en la que Dixon se disculpa por lo ocurrido y Mildred deja de culpar a la policía por lo ocurrido. Parece aceptar que el asesino de su hija no aparecerá, al menos de momento. Entonces Dixon habla del hombre del bar, sabe que violó a una mujer durante su servicio militar, en el extranjero, y por eso no pagará nunca por ello. Así que ofrece a Mildred una oportunidad: no es el que busca, pero es un violador. Comprendemos sin necesidad de más lo que ambos personajes están pensando, los que comenzaron siendo rabiosos enemigos van a unir sus fuerzas para ir a por el violador.
Así ambos se marchan juntos en un viaje por carretera para matar al culpable y Mildred decide confesar a Dixon que ella quemó la comisaría. Resulta que el policía ya lo sabía, ¿quién sino?. Aunque ambos han están ahí para dar su merecido al violador, cuando se preguntan mutuamente si están dispuestos a hacerlo, deciden pensarlo según avance el viaje.
Con este final queda claro que lo que ambos necesitaban era alejarse del pueblo, de la gente. Juntos han iniciado un viaje de redención y redescubrimiento, no el viaje de venganza que pensaban. Dixon y Mildred se pasan la mayor parte de la película haciéndose daño mutuamente y a su alrededor, y solo son capaces de salir de ese círculo cuando ambos se dan cuenta de sus errores. No trata con ello de defender el comportamiento de sus protagonistas, pero sí nos da a entender que cada uno afronta sus circunstancias como puede, aunque resulte estar equivocado. Lo importante es encontrar un nuevo camino para redimirnos y reconstruir lo que se ha roto, abandonar el pasado como Dixon y Mildred abandonan Edding. Puede ser el comienzo de una hermosa amistad.