Richard Fleischer (José Abad, Cátedra, Colección Signo e Imagen / Cineastas, 312 págs)
Un libro que viene a llenar la amplia laguna de estudios en profundidad acerca del cine de Richard Fleischer, un director al que fácilmente se le despechando colocándole la etiqueta fácil de hábil artesano, responsable de un puñado de títulos más o menos apañados, y que trabaja la mayor parte de su carrera dentro del sistema de los estudios de Hollywood.
Afortunadamente, José Abad viene a poner un poco de contexto acerca de cómo Fleischer entra en el mundo del cine para luego hacer un estudio pormenorizado de su carrera y filmografía, compuesta de algo más de una cincuentena película. De modo que nos descubre que su padre y su tío, Max y Dave, son creadores de un estudio de animación responsables del segundo largometraje del género tras el puntazo de Walt Disney con Blancanieves y los siete enanitos, ellos lanzaron en 1939 Los viajes de Gulliver, y que el impulso de un grupo de teatro puso la semilla para que RKO le ofreciera trabajo, lo que después de la Segunda Guerra Mundial le llevaría a convertirse en director de largometrajes, muchos de serie B de poco más de una hora de metraje, lo que no les restaba calidad, el caso de Bodyguard. Más tarde sería la Fox quien le acogería bajos sus alas, para luego, cuando los estudios entran en crisis, él mismo sentirse algo desorientado y entrar algo en decadencia.
Recoge el autor de este estudio la sencilla explicación de su oficio, “me gusta hacer película a condición de que tengo algo que me interese. Y hay muchas cosas que me interesan...”, para poner en valor su eclecticismo que le hacía capaz de abordar cualquier género, incluso los que menos le apasionaban, como pasaba, curiosamente, con el western. Pero la variedad no significaba mediocridad o falta de estilo, Fleischer, además de ser un gran narrador, aprendió la composición del plano de pensar cómo debían moverse los actores en el escenario, y cuando llegó el formato ancho de pantalla del Cinemascope, lejos de arredrarse se sintió muy a gusto, y ahí llegarían obras de gran espectáculo como las de aventuras, 20.000 leguas de viaje submarino y Los vikingos.
Comenta Abad cómo al cineasta se le asocia con la llamada “generación de la violencia”, a la que pertenecen nombres como Nicholas Ray, Samuel Fuller o Don Siegel, una visión que “quizás sea reduccionista”, explica, “pero no desacertada: (…) fijaba la cámara allí donde los cineastas de la vieja escuela se habrían servido de elipsis más o menos exquisitas.” Así que no por casualidad tiene dos películas clásicas de fríos asesinos con taras psíquicas, El estrangulador de Boston y El estrangulador de Rillington Place.
El autor ha hecho ampliamente los deberes trabajando toda la documentación existente acerca de Fleischer. Y sabe recoger apreciaciones interesantes del cineasta, como su comentario a la película de corte bíblico Barrabás, producción de Dino de Laurentiis, que ofrece un punto original del personaje que el pueblo prefirió salvar para condenar a la cruz a Jesús. Así, le dice a Bertrand Tavernier que “es una película completamente original. Tome la mayor parte de películas bíblicas: todas van normalmente de la A a la Z. Son cíclicas y terminan siempre completando un círculo perfecto. Ahora bien, Barrabás sólo va de la A la B, le toca al espectador recorrer el resto del camino si le apetece.”
Se nos recuerda como Fleischer no tuvo nunca proyectos personales propios, sus películas las habría hecho otro si él no las hubiera acometido, pero era un profesional de tomo y lomo, que logró grandes filmes, algunos clásicos de la ciencia ficción como Viaje alucinante y Cuando el destino nos alcance, o del terror, Terror ciego, del que se quejaba por un final que no le gustaba, llegaría a probar hasta tres distintos. No se nos escamotea el declive, que se inició cuando John Wayne le vetó para dirigir El rifle y la biblia, desquite del actor por no haber querido asumir antes la película que le había pedido, Alaska, tierra de oro. Y refiere el descarnado tratamiento del sexo en Mandingo, y la asunción ya al final de películas ya empezadas que debía enderezar tras el despido de los directores originales, la secuela fallida de Conan, el destructor, o la aceptación de un film cuyo título señala las razones de hacerlo, Pasta gansa.