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Tim Burton homenajeado en Venecia

Tim Burton acaba de recibir en el Festival de Venecia el León de Oro como reconocimiento a toda su carrera. El cineasta estaba emocionado y afirmó jocosamente que la estatuilla es “mucho más hermosa que un hombre desnudo”, en alusión al Oscar, un premio que se le ha resistido.

Tim Burton homenajeado en Venecia

Aferrado a una mitomanía perenne por los cómics y las antiguas películas de la serie B, en su personal universo mezcla fuentes de inspiración con imaginación a raudales, para fabricar películas de impecable factura visual y fascinante historia. Como pez en el agua se siente viajando entre ficción y realidad. Y en el camino siembra antihéroes e inadaptados, que crecen con piel y corazón para reír y conmover al tiempo. Acaso es inagotable el imaginario de este contador de cuentos de aspecto desgarbado, tímido y, no pocas veces, oscuro, llamado Tim Burton (Burbank, EE.UU., 1958).

De familia media e hijo de padres divorciados, el flaco Tim no destacó en los estudios. Su talento se expresaría inicialmente en el dibujo y como animador becado en Disney. Tras convencer a la compañía, pudo rodar varios cortos (Vincent, Frankenweenie). Tenía 26 años y estaba a punto de abrir su particular caja de Pandora. La llave fue el actor Paul Reubens, que vio en el director en ciernes el idóneo para adaptar su popular personaje televisivo en La gran aventura de Pee-Wee. Este largometraje supuso el inicio de la fructífera relación con Danny Elfman, músico de todas sus películas. Luego vendría la cómica Bitelchus, con la que salió del anonimato definitivamente, cheque al portador incluido para empresas de más altos vuelos, como Batman y Batman vuelve. Las aventuras del hombre murciélago fueron una prueba de fuego: lidiaba por primera vez a estrellas consagradas (ese gran Jack 'Joker' Nicholson...), tenía un alto presupuesto y se examinaba si su pericia tras la cámara iba más allá del ejercicio de estilo. El taquillazo fue total y Burton disipó dudas. Ello le permitió plantear un proyecto más personal: Eduardo Manostijeras (1990) le salió del alma. Bajo la mirada desvalida de un muchacho mecánico, el director nos llevaba por un invertido cuento de hadas que ponía en solfa la hipocresía social. Es cuando Burton ahonda en consideraciones más amplias sobre la trama y el significado, deja traslucir la realidad tras formas fantásticas, revela en fin la quintaesencia de su cine, y hallar a su actor fetiche, Johnny Depp.

Con Pesadilla antes de Navidad, Burton volvió a sus orígenes animados produciendo y escribiendo una historia que deforma a su gusto –“es la película que siempre quise hacer”–, inyectando humor negro a una expresionista galería de inolvidables personajes. Pero para personajes, los freaks del biopic Ed Wood. Aquí Burton proyecta entrañables perfiles humanos de grandes contrastes entre el entusiasmo y su reverso grotesco; una joya en que el mago saca esplendor a los resortes de la emoción y la comedia.

Siempre a vueltas con su cinefilia, Burton homenajeará a las películas de ciencia ficción de los 50 en la descacharrante Mars Attacks!. Luego, Sleepy Hollow (1999) nos llevaría a una atmósfera de sombría apariencia gótica, aunque la narración sería menos vibrante de lo deseado. Para olvidar, la pájara mental que le dio con el innecesario remake de El planeta de los simios. Aún nos preguntamos por qué se metió en tal berenjenal. Quizás porque el encarguito le reportaba suculentos dividendos para volver a hacer una de las suyas, es decir, una fábula gigante como Big Fish (2003). Así, el hijo pródigo volvió al redil surrealista del que pronto disfrutaremos con Charlie y la fábrica de chocolate y La novia cadáver. Eso sí, necesitará el beneplácito del espectador, su aceptación de todas las licencias que su fantasía impone. Seguro que lo tendrá. La realidad es tan prosaica…

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