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In memoriam

La leyenda de un gigante

Muere a los 103 años Kirk Douglas, inolvidable "Espartaco"

En femenino, la de la Davis. En masculino, ninguna mirada como la de Kirk Douglas para transmitir rabia, dolor, odio, furia o locura. Así miraron y sintieron sus personajes, para dejar huella imborrable en el espectador. El legendario actor y productor ha fallecido a los 103 años.

Muere a los 103 años Kirk Douglas, inolvidable "Espartaco"

Ni escuela, ni método, ni técnica, el ímpetu de su propia ambición fue el argumento principal que llevó a Kirk Douglas (Amsterdam, Nueva York, 1916) a triunfar en el cine americano de posguerra. Su vigorosa personalidad, su férrea determinación por ascender desde los estratos más modestos –hijo de humildes inmigrantes rusos, de origen judío– hasta las doradas colinas de Hollywood, son las señas de identidad del self made man que cumple el sueño americano. Así lo cuenta en sus memorias, `El hijo del trapero´, detallando el peregrinaje por todo tipo de oficios –cargador de muelles, boxeador, soldado en la II Guerra Mundial– para sacar adelante a su familia y pagar sus estudios. La diosa fortuna, nunca esquiva para los elegidos, recompensó su empeño tras un primer paso por Broadway. Un “ángel”, llamado Lauren Bacall, convenció al todopoderoso productor de la Paramount, Hal Wallis, de la valía de Douglas para dar réplica a Barbara Stanwyck en El extraño amor de Martha Ivers (1946). Con el instinto de quien no deja pasar las oportunidades, el otrora Issur Danielovich Demsky (su nombre verdadero) aprovechó esa ocasión para probar su casta de actor. Desde entonces su trayectoria cinematográfica no dejaría de crecer.

Con el boxeador sin escrúpulos de El ídolo de barro (1959), le llegó la consagración. No solo consiguió su primera nominación al Oscar, también fue la revelación de un intérprete que encajaba en el perfil de tipos intensos, enérgicos, violentos y con frecuencia trágicos, víctimas de su agresividad y ambición. Memorables fueron el poli corrupto de Brigada 21, el cínico periodista de El gran carnaval y el egocéntrico y tirano productor de cine de Cautivos del mal, dirigida por Vincente Minnelli. Con este director protagonizó otra introspección en el mundo del cine, Dos semanas en otra ciudad, y el que es quizá su papel más valorado, el de Vincent van Gogh en El loco del pelo rojo (1956), film donde exprimió todo su talento para exteriorizar el tormento interior y la locura del pintor impresionista. Aún hoy recuerda la decepción de no ganar ese año –y nunca– la dorada estatuilla de la Academia, sí lograda 4 décadas después por su hijo Michael.

El rostro de piedra de Kirk Douglas, adornado por su inconfundible hoyuelo en la barbilla, no solo sirvió para encarnar a malvados formidables –“la virtud no es fotogénica”, dijo– y aventureros (Ulises, 20.000 leguas de viaje submarino), también surgió enérgico para defender causas nobles. Inolvidables son el coronel Dax en el alegato antimilitarista Senderos de gloria, y el heroico Espartaco (1960). Por esas fechas el estatus de Douglas había superado los cánones del antiguo star-system, elegía con libertad y olfato los guiones, hacía oír su voz entre los directores (a Anthony Mann lo despidió de Espartaco), tenía en marcha una productora –Bryna Productions– e incluso se atrevería a dirigir la fallida Scalawag (1973) y recuperar con Los justicieros del Oeste (1975) el sabor del western por el que había pasado con éxito como actor (Pradera sin ley, Duelo de titanes, El último tren de Gun Hill).

El ejecutivo con crisis de identidad de El compromiso (1968) sería su último gran papel. A partir de los setenta, su savia interpretativa seguiría fluyendo (Saturno 3, El final de la cuenta atrás), pero utilizada en películas discretas. Kirk Douglas se alejó hace mucho tiempo de las cámaras, manteniendo su imagen de gloria viva del cine, posiblemente la última del Hollywood dorado. Pero sería injusto recordar así a quien ha sido una de las más vitalistas estrellas de la pantalla. Por suerte, Kirk Douglas, fallecido a los 103 años, vivirá eternamente danzando sobre los grandes remos de Los vikingos.

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