Matar cangrejos (2023), de Omar Al Abdul Razzak Martínez

Tenerife, 1993. Ángeles tiene un trabajo modesto en un parque recreativo para turistas, el Papagayo Park. Vive en una casa de una barriada de la costa y sueña con ser una de las elegidas para recibir en el aeropuerto a Michael Jackson, que tiene previsto celebrar un concierto en la isla en septiembre. Sus hijos, Paula, de catorce años, y Rayco, de ocho, pasan los días del verano por ahí, dando vueltas con amigos y conocidos. Y la abuela de los críos, madre de Ángeles, cuida de la ermita de la Virgen del Carmen mientras teme que el ayuntamiento pueda quitarle la casa.

Sólida película escrita y dirigida por Omar Al Abdul Razzak Martínez (La tempestad calmada), quien ofrece un retrato entrañable de una familia tinerfeña. La mirada del cineasta es fresca y realista, y el resultado destaca por las localizaciones naturales de la isla, la luminosidad, las casas en la costa, los humildes personajes, las escenas de la vida misma. La narración de Matar cangrejos no parece seguir un patrón elaborado, de modo que tenemos la sensación de presenciar simples trozos de hechos cotidianos, en donde los chiquillos, Paula y Rayco, se erigen en magníficos protagonistas. La joven adolescente, hermosa y vitalista, gasta el tiempo con su amigo Mingo o con su pandilla, fuma sus primeros pitillos, hace pintadas y gamberradas; el chavalín conoce a un viejo pescador, paupérrimo y borrachín, que vive miserablemente en una chabola frente al mar. La madre se relaciona con un holandés...

Rodada con llamativa maestría, Matar cangrejos deja en el espectador una sensación de fondo agradable, sobre todo gracias a la expresiva espontaneidad que desprenden los chavales, que actúan con una apostura tremenda (impresionante el berrinche entre ellos, tan natural), sus risas, su relación de hermanos, su inocencia. Sin ápice de sentimentalismo, donde cada uno hace vida por su cuenta, Omar Al Abdul Razzak Martínez muestra sin embargo a una familia unida, con un amor transformador en medio de unas existencias a priori limitadas, con escasos alicientes. La película se encuadra dentro del resurgimiento de los que podríamos llamar “neorrealismo rural” pues tiene mucho de material sociológico de la gente isleña, personas humildes que viven al día, con lo justo, en medio de una zona degradada por la miseria y la especulación inmobiliaria. Todas las interpretaciones son meritorias, pero sobre todo las de los niños, Paula Campos (Paula) y Agustín Díaz (Rayco).