Assassin Club (2023), de Camille Delamarre

El antiguo francotirador del ejército Morgan se gana la vida como asesino a sueldo. Le ha dicho a su nueva novia, Sophie, que trabaja como reportero gráfico. Para retirarse y comenzar una nueva vida con ella, acepta un último trabajo muy bien remunerado, pues si aniquila a seis criminales sin escrúpulos recibirá un millón de dólares por cabeza. Pronto descubre que persigue a compañeros de profesión, que a su vez tienen al resto en su lista, pero también a él. Sólo puede quedar uno.

Una de esas películas de tiros de saldo, de aquellas que antaño dominaban en las estanterías de los videoclubes, producidas por Cannon Group y protagonizadas por actores tan inexpresivos como Chuck Norris o el especialmente insufrible Michael Dudikoff. De desarrollo más predecible que el tiempo en el Sáhara, abundan las secuencias de acción, quizás no muy novedosas, ni siquiera bien resueltas, pero que harán las delicias de los incondicionales. Parte de la trama se desarrolla en Barcelona, aunque no se muestran las señas de identidad de la ciudad, así que podía ser cualquier otro lugar.

Henry Golding, estrella de Crazy Rich Asians, hace lo que puede por sacar adelante un personaje central que debería estar mejor definido en el libreto, pues se queda en mero estereotipo de tío duro con corazoncito. El reparto incluye a dos veteranos que elevan un tanto el nivel. Por un lado Sam Neill como Caldwell, mentor del protagonista, y por otro Noomi Rapace, en la piel de Vos, irascible agente de la Interpol tras la pista de Morgan.