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Florin es un policía que nunca sonríe, que nunca descansa. Está empeñado en ocuparse del caso asignado a Radu, un compañero de permiso, acerca del sospechoso incendio de dos hoteles, que podría haber provocado el dueño para cobrar el seguro. A pesar de que su jefe le pide que se mantenga al margen, Florin actúa por su cuenta e interroga y presiona al gitano que trabaja en una gasolinera cobrando en negro, pues sospecha que es el autor material de los hechos, cosa que el otro niega.

Triste cinta rumana dirigida y coescrita por Bogdan George Apetri, de ritmo tranquilo y largas escenas para perfilar el comportamiento obsesivo del protagonista, bien interpretado por Bogdan Farcas. Choca esa convicción de que el gitano es culpable y su adicción al trabajo, mientras descubrimos su gusto por la música clásica, oímos hablar de una esposa a la que no vemos, y le vemos atender llamadas que reclaman un pago al banco, o le embargarán el coche. De modo que, con una narración a fuego lento, van apareciendo los contornos de la frustración, que explican las rarezas de Florin.

Quizá la película se alarga en exceso en su estilo lacónico, su esqueleto argumental es muy sencillo en el fondo, pero la idea es como la de esos dibujos en que vas uniendo puntos con un determinado orden hasta que surge una figura nítida, que aunque suene paradójico, sospechábamos y no sospechábamos que estaba ahí. El film invita a pensar sobre los fracasos en la vida que no sabemos digerir, y apunta el telón de fondo de una sociedad donde está presente el racismo y la corrupción. Hay algunas ideas ingeniosas de guión, como los chistes que el jefe le cuenta a Florin.