Shorta. El peso de la ley (2020), de Frederik Louis Hviid

Copenhague. Varios policías se sobrepasan al contener a Talib, joven musulmán que queda en estado muy grave. Mientras se debate entre contar la verdad o encubrir a sus compañeros, al sosegado agente Jens Høyer le emparejan con un nuevo compañero, el ‘machito’, xenófobo e irritable Mike Andersen, que como él ha sido testigo de los hechos. Cuando patrullan por Svalegården, violento barrio de Copenhague de población mayoritariamente árabe, Andersen humilla a Amos, un chico que en respuesta arroja un refresco en el capó del coche patrulla. Se empeñará en detenerle, pero mientras le llevan a comisaría se confirma la noticia de que Talib ha muerto, lo que da pie al inicio de una revuelta, así que unos vecinos apedrean su vehículo y lo dejan inservible. Salir de aquel guetto con el prisionero no resultará una tarea sencilla.

Imponente debut en el largometraje como realizadores y guionistas de los daneses Anders Ølholm y Frederik Louis Hviid, que dan a conocer que el racismo que derivó en la violencia tras la muerte por George Floyd, no se da sólo en Estados Unidos. El film está rodado después de Los miserables, de Ladj Ly, con el que tiene puntos en común, y aunque el francés quizás sea superior en potencia visual, los centroeuropeos se distinguen por sus numerosos puntos de vista al abordar el tema central, y porque hacen meditar al espectador sobre todo tipo de posiciones, no sólo de dos patrulleros contrapuestos, sino también de los violentos, sus familias, los vecinos que buscan la paz, los jóvenes que desean un futuro esperanzador, etc. Recuerda como no podía ser de otra manera que todo el mundo es humano, que se puede necesitar la ayuda de algún buen samaritano de cualquier raza y que se deben dejar atrás los prejuicios, sino que realiza una pregunta incómoda, ¿hasta qué punto se debe hacer la vista gorda con los errores policiales con el fin de que puedan llevar a cabo su trabajo? Cuando parece que el film se va a ir por el lado más fácil, un giro recuerda que la realidad no se puede simplificar.

Impresiona también la calidad de los actores, que consiguen hacer humanos a personajes muy variopintos. Jacob Lohmann (Los traductores) pinta a un representante de la ley carcomido por la culpa, pero juicioso, con el que resulta fácil identificarse, pero tiene más mérito, por la complejidad de su personaje, Mike, Simon Sears (Algo en que creer). Increíble también el trabajo del poco experimentado Tarek Zayat, como Amos, un chico bastante normal, pese a que ha podido cometer un error, víctima de la ira. Resulta imposible además no conmoverse con Özlem Saglanmak (The Killing), madre compasiva, pero rota al no saber dónde está su retoño. Como comenta un letrero inicial, la palabra “Shorta”, del título, no es danesa, sino árabe, y se podría traducir por “polis”, pues se usa más bien de forma coloquial, sin que sea del todo despectiva. Se admiten apuestas sobre cuánto tardará en salir el remake estadounidense ambientado en Los Ángeles.