Rojo, blanco y sangre azul (2023), de Matthew López

Alex, hijo de Ellen Claremont, primera presidenta mujer de Estados Unidos, está siempre acompañado de su hermana, June, y de Nora, amiga de ambos. Le toca acudir a la boda del Príncipe Philip, heredero del trono de Inglaterra, y la princesa Martha. Durante la celebración, Alex se emborracha, y acaba empujando a Henry, hermano menor de Philip, al que odia desde un incidente transcurrido años atrás. El enfrentamiento entre ambos muchachos acaba con la caída al suelo del pastel de bodas. Para suavizar el incidente, los asesores de la presidenta recomiendan que Alex y Henry finjan que mantienen una enorme amistad, por lo que los chavales se ven obligados a pasar mucho tiempo juntos, a posar para revistas, y acudir a programas de televisio´n.

Adaptación de la exitosa novela de Casey McQuiston. El debutante en la realización y también coguionista Matthew López –habitual dramaturgo de éxito– ha compuesto la típica comedia romántica, con protagonistas que primero se odian, pero poco a poco van sintiendo atracción mutua, pero en variante LGTBI. Nada resulta demasiado creíble, sobre todo que el príncipe Henry pase desapercibido en una escena en un bar, únicamente porque se ha colocado una gorra. Reivindica la normalización de la homosexualidad en la clase política, y en la corona británica, con numerosas referencias a la familia real de allí, así que cualquier espectador informado puede intuir las similitudes entre Henry y el rebelde, aunque no gay, príncipe Harry.

Al frente del reparto, Taylor Zakhar Perez y Nicholas Galitzine se esfuerzan por darle credibilidad a unos personajes un poco estereotipados, el primero un desprejuiciado estadounidense, y el otro un británico tradicional. Resulta llamativo que se desperdicie a la gran Uma Thurman, pues su personaje, la presidenta Ellen, está poco descrito, y aporta pocos conflictos a la trama, así que la veterana actriz no le ha puesto demasiado interés al film. Milagrosamente se salva Stephen Fry en el papel de monarca.