La casa de los conejos

Los meses anteriores del golpe de estado militar de 1976 en Argentina. Mientras el padre se encuentra en la cárcel, Laura y su madre –que está en busca y captura– se trasladan a vivir a casa de unos amigos y allí conocerá a otros militantes comunistas y especialmente se hará amigo de uno de ellos que ha ideado un escondite en la casa para esconder una imprenta clandestina. Será la única niña en un mundo de adultos.

Una de esas películas argentinas de aire hiperrealista y un tanto cochambroso, a menudo rodada con luz natural y sonido ambiental, lo que le da un aspecto tristón. Escrita y dirigida por la debutante Valeria Selinger, La casa de los conejos adapta un libro de Laura Alcoba, en donde narra sus propias vivencias: las de una niña que es testigo de la delicada situación de sus padres y de sus amigos, todos ellos en el punto de mira por sus ideas izquierdistas. El resultado es una película escasa de “acción”, bastante sosita en su desarrollo, que muestra momentos de la vida ordinaria y el tedio de la chica, que no acaba de entender el mundo de los adultos, sus reuniones, sus problemáticas, sus miedos, etc., mientras ella vive sin amigas y sueña con princesas, vestidos de colores y zapatos bonitos.

Rodada con corrección, aunque tiene algún momento intenso donde se transmite bien el estado de miedo y represión, a la película le falta sin embargo un hervor, todo es demasiado cotidiano, mientras que la visión de la religión, en lo poco que ésta aparece, tiene trazas de caricatura. La niña Mora Iramain Garcia compone a una protagonista muy convincente, mientras que el resto del reparto es solvente y se notan mucho las apariciones de Dario Grandinetti y Miguel Ángel Solá.