Till. El crimen que lo cambió todo (2023), de Chinonye Chukwu

1955. El adolescente negro Emmet Till vive con su madre Mamie, que trabaja para las fuerzas aéreas en Chicago, el padre murió en acto de servicio durante la guerra. El chico se dispone a pasar unos días con sus tíos y sus primos en la pequeña población de Money, en Misisipi. Aunque su madre le ha advertido sobre el racismo que impera en ese estado, Emmet comete la falta imperdonable de piropear a una mujer blanca. De modo que una noche dos hombres blancos irrumpen en la casa donde se aloja Emmet y se lo llevan. Pocos días después aparece su cadáver en el río. Las fotografías remueven a la opinión pública, y un tribunal se ve forzado a procesar a los dos secuestradores. ¿Pero será posible obtener justicia en un lugar donde impera el miedo y el odio raciales?

Una historia basada en hechos reales, con la que resulta fácil empatizar, pues estamos ante un racismo feroz que conduce al asesinato de un crío que tiene apenas 14 años, un puro linchamiento que coincide casi en el tiempo con otros dos ocurridos en la zona. Y seguimos a una madre coraje, que respaldada por la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color), afronta el riesgo de viajar a Mississippi para testificar en el juicio, a sabiendas de que está en peligro su integridad física, y que en cualquier caso se arriesga a sufrir el desprecio de una población blanca que con mirada sesgada por sus prejuicios, se inventa su propio relato, todo sería pura manipulación de los políticos progresistas de turno, ante un puro caso penal. Como sugiere el subtexto de una canción de Dizzy Gillespie que bailan madre e hijo en una escena, “He Beeped When He Shoulda Bopped”, salirte mínimamente del “guión” que siguen los que discriminan, tiene consecuencias.

Nadie puede dudar del interés de lo que se cuenta, y de que hay momentos de gran fuerza dramática, como el de la madre ante el cuerpo de su hijo sin vida. Pero la narración de Chinonye Chukwu a partir de un guión de Michael Reilly, Keith Beauchamp y ella misma, funciona desigualmente, con escenas reiterativas en que se pierde fuelle y una música a ratos algo enfática, o un arranque en que resulta demasiado obvio que no está preparando para lo que se avecina. O sea, la emoción reside más en la fuerza de lo que se cuenta –aunque muchos filmes han abordado antes la discriminación racial en Estados Unidos–, que en el modo de hacerlo. Por ejemplo, recurrir varias veces a escenas oníricas en que Mamie ve a Emmet, las conversaciones de ella con su madre, los reproches de ella al pariente que no supo defender a su hijo, la declaración de ella en el juicio, al principio con los ojos cerrados... Algo no acaba de estar bien engrasado en estos pasajes.

El protagonismo corresponde a Danielle Deadwyler, que convence en líneas generales como mujer rota y a la vez determinada en lo que quiere hacer, y lo hace bien el chaval de 14 años Jalyn Hall, que da vida al hijo. Bastante pobre es el personaje de la madre de Mamie que compone Whoopi Goldberg, que es también productora del film.