Grease: El auge de las Damas Rosas (2023), de Alethea Jones

En 1978 la adaptación de “Grease”, el musical homónimo de Jim Jacobs y Warren Casey arrasó en los cines, las canciones alcanzaron cotas de popularidad asombrosas, John Travolta revalidó su éxito de Fiebre del sábado noche, y Olivia Newton-John se convirtió en estrella instantánea del pop. No parece probable que esto ocurra con los desconocidos actores de Grease: El auge de las damas rosas, serie precuela para Paramount+ que transcurre en instituto Riley en el curso académico 1954-55, o sea, cuatro años antes de la trama del original. Quizá su destino se aproxima más al de la secuela Grease 2, estrenada en 1982, y que conoció una tibia respuesta, aunque al menos no malogró la carrera de la entonces desconocida Michelle Pfeiffer.

Jane Facciano es una estudiante gafapasta, de familia italoamericana, que se ha enrollado durante el verano con el guaperas rubito Buddy Aldridge. Pero la relación se va al traste cuando se corre el rumor en el instituto de que han llegado “hasta el final”, lo que sería imperdonable en una señorita. De todos modos, ambos van a convertirse en rivales en las elecciones a la presidencia del consejo estudiantil, donde ella puede tener tirón entre los frikis que se sienten comprendidos e indiferentes. Para empezar, logra encandilar a la latina Olivia Valdovinos, a la chica que le gusta vestir de chico y quisiera ingresar en los engominados Birds, Cynthia Znudowski, y a la chica de origen oriental Nancy Nakagawa, con las que acaba formando un club, el de las Damas Rosas.

Más allá de que resulta cansina la tendencia de tantas compañías de producción de no arriesgar demasiado y agarrarse a fórmulas que han probado su éxito, la trama desarrollada por Annabel Oakes no funciona por sus insulsos personajes, por la decisión de convertirla en serie interminable, por la mentalidad superfeminista y multicultural del siglo XXI en algo que está ambientado a mitad del siglo XX, y por la necesidad de crear un montón de canciones, demasiadas, que no resultan especialmente memorables. Y es una lástima, porque existe ambición en la producción, pero la sensación es de dinero malgastado. De mirada casposa, más que engominada.

Hay un claro esfuerzo en la dirección artística, con colores pastel muy almodovarianos, y seguro que ha habido que ensayar largo y tendido para las canciones y las coreografías. Pero falta desarrollo en el guión, atravesado de reiterativos lugares comunes servidos sin mucha gracia, con las parejitas dándose el lote, dos momentos de culos al aire, conversaciones escuchadas en el cuarto de baño, directora del cole impartiendo castigos, el uso de laxantes como “travesura”, la inspección de la taquilla del otro, etc. Y agotan los “mensajes” demasiado obvios, en que se sacude a los wasp (white anglosaxon protestant, o sea, los “blanquitos” dominantes) para poner en valor a los de las otras etnias, o mejore dicho, a “las” de las otras etnias; o los de los padres escandalizados con las “obscenidades” que estarían propiciando Jane y sus Damas Rosas, en una escena caleidóscopia de pantalla partida y conversaciones telefónicas, homenaje o así a Confidencias de medianoche.