Stonehouse (2023), de Jon S. Baird

Si esta miniserie no estuviera basada en una historia real se podría acusar al guionista de imaginación desbordada. Reconstruye el periplo de John Stonehouse, parlamentario gris del partido laborista y director de correos durante el gobierno de Harold Wilson en los años 70. Durante un viaje de trabajo a la entonces Checoslovaquia, mantiene una relación extraconyugal con su traductora, lo que utilizará en su contra el servicio secreto de este país comunista, pues le ha filmado en plena faena. Como consecuencia, le chantajean para que espíe para ellos, pero el tipo no consigue ofrecerles grandes revelaciones, sino datos aburridos que no sirven de gran cosa.

Dirige los tres brillantes capítulos Jon S. Baird, que demostró su habilidad para los biopics con El gordo y el flaco, estupenda reconstrucción de la decadencia de los legendarios cómicos. Aquí saca oro de un sólido guión escrito por John Preston, especialista en políticos corruptos de Reino Unido, por haber escrito el volumen en el que se basó Un escándalo muy inglés. Ya la presentación del peculiar protagonista debería estudiarse en escuelas de libretistas, pues se le muestra con sorna como un tipo anodino que en la Cámara de los Comunes como un loro las frases del líder de su partido, mientras que en su casa dice lo mismo que su esposa.

En un registro muy similar al del pelota que interpreta en Succession, Matthew Macfadyen tiene merito, al conseguir que el público empatice con su personaje, un auténtico inepto. Está a su altura Keeley Hawes, en la piel de su esposa, cuando esta actriz también lo es en la vida real, y otros miembros del reparto, en especial Kevin McNally (el Primer Ministro Wilson) y Emer Heatley (amante de Stonehouse). Al parecer, quienes conozcan lo ocurrido descubrirán muchas licencias, y de hecho cada capítulo comienza advirtiendo que se inspira en los hechos, en lugar de reconstruirlos al milímetro.