Cube (1997), de Vincenzo Natali

Un grupo variopinto de personas se encuentra prisionero, sin saber por qué, en una gran retícula de cubos. ¿Son conejillos de indias de un régimen militar que experimenta un nuevo sistema de tortura? Quién sabe. Cada cubo de la red tiene seis caras; cada cara, una puerta, que comunica con el cubo adyacente. Sin comida ni bebida, los presos buscan desesperadamente la salida del laberinto. Laberinto mortal, plagado de mortíferas trampas, dispuestas según un ingenioso algoritmo matemático.

Originalísima muestra de ciencia ficción, premiada en Sitges. La película no es un mero título de acción y suspense –aunque los hay, y de los buenos–, sino que deviene en símbolo del hombre que busca sentido a su existencia. Ese escenario geométrico y casi desnudo, donde acechan los peligros y se hace difícil la confianza mutua, ¿no es acaso la vida misma? Al menos la vida misma vista por el canadiense Vincenzo Natali, algo pesimista al mostrar el lado oscuro del ser humano (miserias, miedos, traiciones); menos hincapié hace en otros rasgos generosos, aunque estén también presentes. Además de ofrecer su inquietante parábola, el director estructura el film para que no decaiga. Cada personaje tiene interés (el policía, el experto en fugas, la doctora, una niña prodigio de las matemáticas, un retrasado mental), y todos ofrecen sorpresas, a medida que les conocemos.

Destaca el diseño artístico del film. Bello, sencillo, eficaz. Aunque  sin excesos presupuestarios, Natali sabe dar juego a los decorados, una y otra vez los mismos, pero presentados de modos distintos en luz y encuadre. Lo que sabe siempre a novedad.