El hotel de los líos (2023), de Ana Murugarren

Javier García y Javier García se encuentran por casualidad en una subasta y por error compran un hotel destartalado en un pueblo perdido. Después de hacer los arreglos más prioritarios reciben la primera remesa de clientes, entre ellos un grupo de niños la mar de inteligentes que van a participar en un importante concurso de talentos con un invento de ondas magnéticas. Pero lo que no saben los García es que en el hotel hay escondido un alijo de diamantes y unos delincuentes están dispuestos a recuperarlos.

La directora Ana Murugarren retoma de nuevo a los personajes de su anterior película, García y García, para elaborar otra comedia familiar apoyada en el humor generado por la asociación de los dos protagonistas, dos absolutos mastuerzos que provocarán todo tipo de situaciones calamitosas. Por la presencia de los chavales y su esencial intervención para solucionar el embrollo del argumento, El hotel de los líos –título que homenajea al clásico de los hermanos Marx– se dirige a un público eminentemente infantil, mucho más que la película precedente, algo que seguramente se deba a la buena acogida de otras producciones familiares al estilo Padre no hay más que uno o A todo tren. Destino Asturias.

Para los más jóvenes, El hotel de los líos seguramente funcione, sin embargo no consigue pulsar la tecla necesaria para volar a gran altura. El caso es que la historia podría haber sido más redonda y las variadas situaciones graciosas no lo son tanto, falta inspiración genuina. Ejemplos de cierto enlatamiento del humor son la mayoría de las patosas y continuas intervenciones del García de Pepe Viyuela, un gafe total que todo lo estropea pero cuyas gags siempre están forzados, metidos con calzador. Y ni siquiera una consumada humorista como Paz Padilla logra convencer en este caso. Mucho más suelto y natural está José Mota, quizá menos sobrado que en sus sketches televisivos pero con algún momento glorioso. Y entre los críos destaca la presencia de Carlos González Morollón, cada vez más habitual en este tipo de filmes.

Probablemente entre las mejores escenas esté el inicio en la subasta, absolutamente esperpéntico, y también los pasajes en que los chavales planean su ataque (mondante el tema del yunque). Y algún hallazo, como la app de la voz, tiene su gracia. Por lo demás, al menos el conjunto tiene ritmo y no se hace largo.