Criaturas de Dios (2022), de Saela Davis

Una pequeña comunidad pesquera del norte de Irlanda. La familia O'Hara recibe la visita inesperada de Brian, un hijo que marchó hace años a Australia y de quien no han tenido noticias. La madre Aileen no cabe en gozo, pero su padre no tiene muy claro que la llegada del hijo sea buena para la familia. Al menos parece que Brian ha madurado y quiere emprender el antiguo negocio familiar de cría de ostras. La relación con su madre es estrecha, cariñosa, pero las cosas se van a estropear muy pronto.

Hondo drama irlandés, de trágico desarrollo, que incide en el hondo dilema moral que acogota a una madre, con consecuencias imprevisibles. Las directoras Saela Davis y Anna Rose Holmer, la primera con experiencia hasta ahora como montadora y la segunda con una leve filmografía a sus espaldas, que incluye algún título de renombre, como The Fits, se adentran por tanto en una historia poco complaciente, que habla de los sufrimientos humanos como algo inevitable pues no somos más que criaturas que deambulan sin norte en la oscuridad. Ambientada en una dura zona del noroeste de Irlanda, en el condado de Donegal, lugar ingrato y húmedo, con gentes con tristes horizontes y escasos medios de subsistencia más allá de del negocio de la pesca, Criaturas de Dios es una película estimable y tiene fuerza pero no acaba de convencer del todo probablemente porque busca ser demasiado retorcida.

El guión de Shane Crowley y Fodhla Cronin O'Reilly deja mucho material implícito respecto a la personalidad y el pasado del hijo recién llegado, y al tiempo que observamos la conexión casi exagerada con la madre –no llega quizá a ser “edípica”, pero algo se le parece– vislumbramos nubarrones con su padre, con la joven Sarah... Ese aspecto explotará cuando se produce la crisis central del argumento, con algún momento impactante, como la pelea con el padre, al tiempo que Aileen empieza a poner en entredicho sus decisiones, de todo punto gravemente equivocadas. Pero Criaturas de Dios resulta demasiado drástica y fatalista, quizá poco veraz en su extremismo, en su intento por denunciar una situación injusta, machista, aceptada y anquilosada en el tiempo en poblaciones rudas y resignadas.

Hay que reconocer el enorme esfuerzo de interpretación de Emily Watson, quien con su mirada es capaz algunas veces de transmitir un sufrimiento transformador que no narra el guión explícitamente. Le acompañan con oficio el hijo Paul Mescal y resulta conmovedor el personaje interpretado por Aisling Franciosi, aunque desgraciadamente no se le dedica el tiempo necesario para hacer un mejor retrato de ella, de su pasado, de sus anhelos, de su historia, lo cual hubiera enriquecido notablemente la película.