Els encantats (2023), de Elena Trapé

Irene ha roto con su marido, el Guillem. Y le toca armar un nuevo piso en Barcelona, y separarse de su querida hijita de 4 años Joana. Obsesionada por que le pase algo a la pequeña, y agobiada con las llamadas de su madre para ver si está bien, improvisa una escapada al pueblo de montaña de su infancia, Antic, en el Pirineo catalán. Allí se encuentra con el tío Agustín, de los pocos que quedan en el pueblo; con Gina, también en fuga como ella, por el cáncer que le obliga a periódicas revisiones; con un matrimonio que con sus dos niños ha venido de puente; y convoca a un amigo, Eric, para sobrellevar mejor su soledad, aunque su relación no parece nada serio.

Una de las películas personales y ensimismadas a las que acostumbra Elena Trapé (Blog, Las distancias), cuando no se embarca en encargos como la serie Rapa. Directora y coguionista, orquesta una película encaminada el potente clímax en que estalla la protagonista, una atinada Laia Costa. El camino hasta ese momento es arduo, se trata de construir la atmósfera de tristeza y soledad en la que debe seguir adelante tras la ruptura de su familia Irene, y que viene simbolizada por la formación rocosa en la montaña que da título al film, Les Encantats, una grieta que daría acceso a una cueva, en la que la leyenda, para asustar a los niños, asegura que quedan atrapados los que se aventuras a adentrarse en su interior.

La películas resulta premiosa en exceso, cansina incluso, donde la introducción de diversos personajes ralentiza aún más la narración, aunque sea para apuntalar la propuesta, véase esa pareja joven y enamorada que va a estar separada un tiempo por motivos profesionales, y a la que la ceniza Irene augura lo peor trasladándoles su propia frustración. Momentos como el mal estomacal de Eric, con vomitona incluida, a veces son un lastre que agota al espectador más favorable.

De algún modo Trapé se las arregla para atrapar la mentalidad de la generación de jóvenes que han dejado de serlo, en torno a treinta y muchos años, a los que el entorno social actual ha vuelto, si se me permite “robar” la expresión al ensayista Juan Carlos Girauta, “sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos.” O sea, personas inmaduras, incapaces de armar un proyecto personal o familiar mínimamente consistente, que se lamen las heridas mientras no saben de dónde vienen ni adónde van.

Hay en el film una añoranza de la vida tranquila y natural de la España vaciada, donde la fotografía de Pau Castejón logra ofrecernos la belleza natural de las montañas, la gozada del silencio, aunque se dé la paradoja del estar siempre pendientes del teléfono móvil, dejando mensajes de audio, o buscando resolver dudas sobre qué canción es ésta que tengo todo el rato en la cabeza. Además de Costa, el resto del reparto lo hace bien, con interpretaciones naturales, incluido el veterano Pep Cruz.