Una cita con el pasado (2022), de Janus Metz

Cinta de espías, cocinada a fuego lento, lejos del efectismo de las típicas propuestas de Hollywood. No en balde tiene detrás a un cineasta europeo, el danés Janus Metz, quien ya en su cinta tenística basada en hechos reales Borg McEnroe demostraba que le gustan los acercamientos intimistas a las tramas, en las que mima a sus personajes.

El secuestro por un comando yihadista de un avión de pasajeros en 2012, retenido en el aeropuerto de Viena, termina con la muerte de todos los ocupantes del avión, viajeros, tripulación y terroristas. Lo que marca al equipo de la CIA que tenía su base en la capital austríaca. Ocho años después, el instigador del acto terrorista confiesa que los secuestradores contaron todo el tiempo con la asistencia de un topo en la CIA, que les permitió abortar un intento de rescate de los rehenes, pero no da un nombre. De modo que el jefe del operativo, Vick Wallinger, encarga al agente Henry Pelham que interrogue a sus antiguos compañeros. Lo que supone reencontrarse con su antiguo amor Celia Harrison, ahora casada y con dos niños, y retirada de la Agencia.

Metz, tras el prólogo situado en 2012, articula la narración alrededor del encuentro de los ex amantes Henry y Celia en un espectacular restaurante de grandes cristaleras que dan al mar. Allí discurre un juego donde la antigua chispa permanece viva, pero donde Celia no deja de advertir que Henry le está interrogando. Ese presente se entrecruza con lo ocurrido en la noche del secuestro, y con el interrogatorio que la semana anterior hizo Henry en Londres a otro miembro del equipo, Bill Compton.

La película indaga en los procelosos recovecos de la vida del espía, donde nadie puede fiarse de nadie, y en que lograr fuentes de confianza, que te informen de movimientos sospechosos que ponen en peligro vidas, no resulta sencillo. Pues en este mundo de las duplicidades y la búsqueda de resultados a cualquier precio, los individuos no parecen contar y resultan sacrificables. Se tiene más en consideración la reputación institucional y el no sentar precedentes negativos para el futuro.

Aunque ciertamente el ritmo del relato es “tranquilo”, por no decir simplemente “lento”, los que ocurre se sigue con interés, y se aceptan los pliegues y repliegues de la ambigua relación de los protagonistas, donde puede haber amor pero también desconfianza. Los actores lo hacen bien, con un Chris Pine que se pone serio en un papel donde peina canas, y una Thandiwe Newton que sigue demostrando su gran calidad actoral. Aunque son más secundarios, se agradece el peso en pantalla que destilan Laurence Fishburne y Jonathan Pryce.