Déjame entrar (2023), de Seith Mann

Mark Kane cambia de ciudad regularmente, debido a la naturaleza vampírica de su pequeña hija Ellie, que debe alimentarse de sangre humana. Tras regresar a Nueva York, donde diez años antes trabajaba como chef, consigue un nuevo trabajo como cocinero, mientras la muchacha entabla amistad con Isaiah Cole, chico afroamericano que sufre abusos escolares. Isaiah tiene como madre a Naomi, detective de la policía que investiga una serie de asesinatos inexplicables.

Déjame entrar, novela de John Ajvie Lindqvist, dio lugar a un film sueco tan inquietante como extraordinario, con guión del propio escritor, en 2018. Dos años después llegaba la versión estadounidense, Déjame entrar (Let Me In), a la altura gracias al buen hacer de Matt Reeves (The Batman). No se puede decir lo mismo de esta expansión televisiva de diez capítulos, que busca un argumento menos retorcido, pues aquí la chavala no es una anciana encerrada en un cuerpo infantil, acompañada por un pederasta, sino una niña real con su padre. Pese a todo, repite tópicos del género de terror, al igual que Entrevista con el vampiro, otra producción basada en una marca reconocida, que se estrenó poco antes, pero que tampoco consigue ni un atisbo de originalidad.

Tiene al frente al dramaturgo Andrew Hinderaker (con experiencia en capítulos de Penny Dreadful), que al menos se esfuerza por introducir de vez en cuando algún misterio, que despierta la curiosidad del espectador. También se debe mencionar el buen trabajo del mexicano Demián Bichir, impecable en la piel de progenitor de la vampiresa, aunque resultan un tanto metidos por calzador sus diálogos sobre cocina latina, se nota que los ejecutivos los han forzado en beneficio de la diversidad. No están mal los niños del reparto, pero en cambio se desaprovecha a Grace Gummer, hija de Meryl Streep, porque resulta cansina la subtrama en la que aparece su personaje, una rica heredera de un imperio farmacéutico que busca una cura para el vampirismo.