The One (2021), de Brady Hood

Serie de anticipación, aunque no tanto, sobre un futuro próximo en que una empresa, The One, ofrece emparejamientos perfectos, la media naranja que nunca pensaste que lograrías encontrar, el amor verdadero y tal y cual. Y ello, no por intuición, ni flechazo, ni nada, sino científicamente, una prueba de ADN, el estudio de las toxinas que se ponen en marcha cuando te enamoras, y listo, ahí está el nombre de la persona con la que estás destinado a ser feliz. Ahora lo demás depende de ti, garantizado por la ciencia, oye.

A partir de esta premisa que exige fe ciega en la genética, el novelista John Marrs escribió su obra “The One”, y el guionista de la BBC especializado en tramas futuristas Howard Overman ha urdido la miniserie, que combina las consideraciones amorosas futuristas y de búsqueda de la felicidad, con el formato de thriller y las ambiciones de las grandes corporaciones, menos “cool” de lo que parecen. Aunque cuidada de producción, no es gran cosa, y el reparto, no de “primeras espadas”, aparte de “guapitos” y “currantes”, que no tienen grandes posibilidades de desarrollar personajes dignos de ese nombre, los que hay resultan bastante estereotipados.

Seguimos sobre todo a la ambiciosa y todopoderosa empresaria Rebecca, que se prepara para festejar el millón de emparejamientos logrados por su compañía The One, con la que se ha forrado. Pero al mismo tiempo aparece en el Támesis de Londres un cadáver, es un viejo conocido de Rebecca, desaparecido hace un año, ella misma hizo la denuncia. Investiga el caso un par de policías, hombre y mujer, ella, la jefa, emparejada recientemente gracias a The One con una española, sí, la prueba puede aconsejarte una persona de tu mismo sexo. Por otro lado está un periodista negro al que Rebecca da exclusivas, y cuya novia, aunque está muy enamorada, tiene miedo de que su chico tenga otra pareja perfecta, y a sus espaldas prueba, y...

En fin, no sigo desenredando la madeja argumental, con relaciones de culebrón e intriga conspiranoica. Únicamente conviene remarcar la pobreza antropológica de la serie, que viene a identificar amor con sexo y más específicamente con “follar”, palabra que resulta recurrente. El amor es química, y además viene y se va, y que nadie espere grandes consideraciones sobre la libertad, o por qué se rompen las parejas, perfectas o no, pues no hay ningún interés en explorar estos temas en serio. Por supuesto en la “fórmula” no entra la idea de la familia, arcaica para los responsables de la serie, más interesados en ideas como diversidad y desorientación de los personajes, que no saben de dónde vienen ni adónde van.

Quizá el punto de partida pueda sonar a original, aunque francamente, no es fácil ver qué diferencia puede haber entre que el ADN nos diga nuestra pareja perfecta, o un algoritmo de los que internet utiliza tanto, para sugerirnos ver películas, comprar ropa, elegir destino turístico, o... darnos la pareja perfecta, que eso se supone que nos sugieren Tinder y compañía, a partir de nuestros datos.