Verano en rojo (2023), de Belén Macías

En el verano de 2010, la aparición del cadáver de un joven en Madrid y la desaparición de alguien de su edad en Pamplona, hace sospechar a la comisaria y psicóloga María Ruiz que se trata de la misma persona. Pues va a ser que no, pero en realidad están relacionados, pues ambos se conocían y estudiaron en sendos colegios religiosos de Los Penitentes. La investigación destapa que en estos centros escolares los curas abusaban de sus alumnos, pero la Iglesia siempre ha tratado de tapar estos casos que tan mala prensa dan, y más ahora, en que el Papa va a visitar España en las próximas semanas. A pesar de los obstáculos de la jerarquía y las altas esferas del poder, Ruiz se empeña muy en serio en la investigación, con la ayuda de sus subalternos.

Adaptación de una novela policíaca de Berna González-Harbour, que desconozco completamente, por lo que no sé si los deméritos del film, abundantes, hay que adjudicárselos también a la fuente primigenia. Sea como fuere, aquí toca hablar de cine, y el film coescrito por la también directora Belén Macías y por Helio Mira es una auténtica colección de despropósitos, son convocados aquí todos los clichés imaginables, y encadenados uno detrás de otro torpemente. Se confía, tal vez, en que el morbo del tema tratado atraerá al público, que disculpará algunas licencias.

Ciertamente estamos ante un thriller, y no cabe esperar la seriedad de filmes duros sobre sacerdotes pederastas como Spotlight y Gracias a Dios, pero es que son abundantes las escenas y detalles deslavazados que provocan rubor. Como la del niño con gafas a lo Harry Potter, contemplando el truco de magia que hace un cura para un grupo de chavales, y que desgraciadamente practicará sus malas artes nada mágicas ni espirituales con él; el tatuaje de la corona de espinas, ¿a santo de qué?; o las 500 veces que nos enseñan unas fotos comprometidas que tenía un chaval escondidas. Hasta escenas visualmente impactantes, como la de un fugitivo en plano cenital corriendo por un campo de girasoles, resultan risibles, porque su condición de alarde no está bien insertado en la narración.

Una cosa es el recurso a personajes arquetípicos y otra muy distinta el topicazo puro y duro. Da pena ver a José Coronado como intrépido reportero, su reunión con un antiguo comisario, o con víctimas de abusos. Y todavía más a Marta Nieto, con su modo de conducir la investigación, desvelando el trauma de la muerte de su marido a su hija adolescente, permitiéndole ver el vídeo de un chaval asesinado que forma parte de su trabajo, o irrumpiendo pistola en mano en un centro escolar atestado de atónitos y aterrorizados chavales. Y en fin, el bedel del colegio, el obispo encubridor ofreciendo caramelos, el cura director del colegio que se plantea hacer lo correcto... Todos tienen comportamientos que piden a gritos todo el tiempo al espectador que suspenda su creciente incredulidad, pero claro, una vez, dos, tres... Hay un momento en que la cosa no da para más.