Los fontaneros de la Casa Blanca (2023), de David Mandel

El escándalo Watergate, que se llevó por delante al presidente Richard Nixon, ha dado pie a diversas ficciones cinematográficas y televisivas, con tonos diversos, entre otras la investigación periodística Todos los hombres del presidente y la cinta juvenil Aventuras en la Casa Blanca, además de la surrealista historia del secuestro del Fiscal General de Estado, Gaslit. En todas parecía haber acuerdo en lo chapucero del espionaje a los demócratas, que ahora se convierte en el foco principal de esta miniserie de 5 capítulos de 50 minutos titulada Los fontaneros de la Casa Blanca.

Se acercan las elecciones presidenciales, por las que el presidente Nixon aspira a la reelección. Para jugar con ventaja en tal objetivo, el antiguo agente de la CIA Howard Hunt y el ex agente del FBI Gordon Liddy lideran un equipo que trata de obtener inteligencia acerca de los planes de la campaña rival de George McGovern. Pero en los repetidos intentos de colocar micrófonos e irrumpir en las oficinas del edificio Watergate las cosas se tuercen, y los vigilantes jurados acabarán pillando a los intrusos.

Creada por Alex Gregory, quien tiene en su haber títulos como el expresivo Una juerga de pelotas, el enfoque que se da a la aproximación al célebre affaire político, es de pura farsa, lo que puede tener gracia al principio, pero que acaba estirándose hasta la extenuación. Ser testigos una y otra vez de cómo Howard y Gordon son unos completos patanes, una suerte de Pepe Gotera y Otilio con la autoestima por los suelos, ya que no eran valorados en sus antiguos puestos, y que ahora tienen la ocasión de resarcirse con su patriótica misión de respaldar al presidente, resulta algo cansino; la caricatura a la que ponen rostro Woody Harrelson y Justin Theroux deviene cansina, con el primero exhibiendo un catálogo de risas y muecas, y el otro con un mostacho a lo Borat y haciendo flexiones, hay momentos tan grotescos como aquel en que Gordon y su esposa ponen a Howard y señora un disco con discursos de... ¡Adolf Hitler! A veces uno tiene la sensación de que los responsables de la serie la usan a modo de terapia maniquea con la que descargar adrenalina política, se trata de arrastrar por los suelos a los malvados republicanos conservadores, siempre patrioteros que juegan sucio –véase el detalle de la comisaría donde practican el lanzamiento de dardos con Nixon en la diana–, frente a los garantes de las libertades, que por supuesto, son, los demócratas liberales.

La producción es de excelente factura, pero francamente, lo que se cuenta podría resolverse en un telefilm de hora y media, y a veces David Mandel se hace notar demasiado con la cámara, algunos planos de repetidas panorámicas a derecha e izquierda agotan. Además no se logra equilibrar la parte de comedia que domina en la conspiración política, con el intento de poner el acento en la factura que toca pagar a las descuidadas familias de los implicados en la trama, singularmente a la de Howard. Esta parte dramática podría haber dado juego, pero apenas está esbozada, de modo que se desaprovecha a Lena Headey dando vida a Dorothy, la mujer de Howard, y la hija rebelde con posición política diversa a la del progenitor se queda en cliché con un par de escenas en que se desata de un modo algo histérico. Y en fin, ya que vivimos en tiempos de proclamar que hay que defender a las minorías, resultan un tanto estereotipados los “fontaneros” cubanos de la trama.