42 segundos (2022), de Dani de la Orden

Barcelona se engalana y acomete obras de envergadura para convertirse en sede de las Olimpiadas de 1992. Pero no hay demasiado optimismo acerca del papel que puede desempeñar la selección española de waterpolo, el entrenador no se toma la cosa demasiado en serio, y sólo cuenta con jugadores catalanes. Pero llega el revulsivo cuando logran ficha un nuevo entrenador, el croata Dragan Matutinovic, que se encuentra especialmente motivado por el hecho de que la selección de Italia cuenta con un entrenador serbio, Ratko Rudic; y es que en esos momentos se está librando la guerra de los Balcanes, y los países de uno y otro son irreconciliables enemigos. Además de aplicar una espartana disciplina, Matutinovic trae jugadores de Madrid, como el indisciplinado pero talentoso Pedro García Aguado, y no asegura el puesto de capitán para el metódico y algo cuadriculado Manel Estiarte, que lo daba por hecho.

Impecable muestra de drama deportivo basada en hechos reales, que se ajusta bien a los cánones del subgénero, jugando con los elementos de entrenamiento extenuante, el choque entre jugadores de distinto temperamento y procedencia, los métodos de un preparador exigente, etcétera, y ello con un marco que atrapa, el de Barcelona 92 y la guerra de los Balcanes. Se sabe sacar además partido al lugar donde los protagonistas están concentrados para ponerse en forma física y mentalmente, las montañas nevadas de Andorra.

Dirigen el film Dani de la Orden y Alex Murrull, que insuflan al conjunto, sobre todo en el tramo final, aire épico y ensalzamiento del trabajo en equipo y la disciplina, aunque quepan también los errores; tal vez podrían haber logrado un ritmo algo más ágil, a veces la narración se torna repetitiva; además la subtrama romántica de la nadadora se queda coja, y apenas llegamos a conocer al entrenador y a la mayoría de los jugadores. En cambio, intrigan los problemas que arrastran Pedro y Manel, bien interpretados por Jaime Lorente y Álvaro Cervantes, el primero con su punto macarra y la escasa conexión con su familia, el otro con las cintas de cassete que escucha con cascos y las imágenes oníricas en el agua. Y resulta emotivo su acercamiento, cómo aquello puede derivar en amistad a pesar de tener personalidades tan diferentes.

Llama la atención lo bien rodadas que están las escenas en el agua, el espectador llega a tener la impresión de que está dentro del agua, muy cerca de los jugadores. Y destaca el desenlace, distinto a lo que cabría esperar y bien conducido.