Nadando en libertad (2022), de Robert Connolly

A Abby, bióloga de la fauna submarina, le pasan aviso de que su madre Dora ha sido hospitalizada a causa de un ictus, cuando se encuentra en plena navegación, con uno de sus estudios. Enseguida acudirá a atenderla, mientras recuerda cómo siendo niña y adolescente le inculcó la pasión por el submarinismo, el cuidado de la naturaleza, el arrecife y los animales del fondo del mar. A Dora le tocó ejercer de padre y de madre, pues su marido murió cuando Abby era muy pequeña. Y se esmeró en darle la mejor educación, enseñándole a amar el medio ambiente, que habría que defender a toda costa. De modo que Abby se hizo amiga de un majestuoso pez, un mero, al que bautizó “Lomo azul”, o “Blueback”.

Cinta australiana escrita, dirigida y producida por Robert Connolly, quien antes entregó títulos interesantes como el thriller Años de sequía. No acierta en dar con el tono, pues las intenciones pedagógicas de denuncia del impacto ambiental por las construcciones y la especulación en la bahía, o la pesca indiscriminada de todo tipo de peces, resultan demasiado obvias, y las imágenes submarinas no son mucho más espectaculares que las de cualquier documental.

De modo que quedarían las relaciones humanas, sobre todo la que tienen madre e hija a distintas edades, pero aquí los saltos temporales tampoco ayudan a dibujar con nitidez su maduración o las aristas que surgen del activismo de Dora, en parte por los cambios de actrices, tres para interpretar a Abby –Mia Wasikowska ya adulta, Ilsa Fogg de adolescente, y Ariel Donoghue de niña– más dos para Dora –Elizabeth Alexander cuando tiene el ictus, Radha Mitchell antes–; y queda muy desdibujado el personaje de “viejo lobo de mar” de Eric Bana. Cuestiones como algunas muertes que tienen lugar, o posibles conatos de romance, no tienen la fuerza debida, al final quedan las buenas intenciones, que no resultan suficientes.