Agatha Christie: Inocencia trágica (2018), de Sandra Goldbacher

Estamos en 1954 y Rachel Argyll ha sido asesinada en su mansión en el campo, todo apunta a la culpabilidad de su hijo adoptivo Jack que acaba condenado en prisión, donde muere en extrañas circunstancias. Año y medio después su marido Leo se dispone a contraer segundas nupcias con la despampanante Gwenda, lo que no llevan bien los otros hijos adoptivos, que la consideran una arribista, además de que resulta algo impúdico pasado tan poco tiempo tras la doble tragedia. El caso es que se inesperadamente se presenta en la casa el doctor Arthur Calgary, proporcionando una inesperada coartada al difunto Jack, estuvo con él a la hora en que asesinaron a Rachel, y no ha podido dar su versión hasta ahora.

Adaptación de la novela homónima de Agatha Christie en forma de miniserie de tres capítulos en torno a la hora de duración cada uno. Se pliega a la clásica estructura del “whodunit” que caracteriza a las obras de la dama del misterio, aunque con algún elemento novedoso en la trama original, que en su traslación a la pantalla se emborrona un tanto, con el recurso a breves planos de flash-back que sólo aturullan, o con elementos “modernos” como un lenguaje sexual más crudo, o la diversidad racial.

Aunque se trata de un tipo de historia resultona, con un competente reparto con actores como Bill Nighy y Matthew Goode, la directora Sandra Goldbacher se muestra bastante torpe al convertir en imágenes el guión que le ha entregado Sarah Phelps. Como botón de muestra, el intento de atropello de Calgary, para eliminar al testigo incómodo, además de los mencionados flashes del pasado, sencillamente agotadores.