La habitación de las maravillas (2023), de Lisa Azuelos

Thelma Carrez es madre soltera de un chaval de doce años. Trabaja en una fábrica y escucha poco a su hijo, de quien sólo demanda resultados en el colegio. Pero un día el chico es atropellado y queda en coma en el hospital. Los días pasan y los médicos explican que la situación podría alargarse dirante meses. Cuando Thelma descubre un cuaderno donde su hijo ha apuntado las cosas pendientes que tiene que hacer antes de morir, Thelma decide que será ella quien asuma ese rol e irá cumpliendo los objetivos de su hijo uno a uno.

A la directora francesa Lisa Azuelos le gusta hacer un cine centrado en el mundo de la mujer, muchas veces en su faceta de madre, como lo demostró en películas como LOL o Mi niña. Ahora corroborá esta tendencia con La habitación de las maravillas, una película que es un canto a la maternidad en una situación muy delicada y que deriva en un buen puñado de momentos conmovedores. La historia parte de la novela de Julien Sandrel, que ha sido vertida a la pantalla por los guionistas Juliette Sales y Fabien Suarez.

Seguimos así durante toda la película a Thelma y comprendemos su “lista de cosas pendientes” como un asidero seguro sobre el que orientarse ante la absoluta incertidumbre del futuro de su hijo. La relación puntos se convertirá por tanto en una especie de talismán, con el auto convencimiento de que cumplirlos será la condición para que el niño recupere la salud. Sirve este recurso para mostrar eficazmente el amor y la dedicación maternal de Thelma, que no se rinde cueste lo que cueste, que persigue sus objetivos sin desanimarse, aunque eso signifique también superar sus propios miedos o enfrentarse a un secreto que ha guardado mucho tiempo, lo que por supuesto supone muchas veces un bálsamo para su vida, para resguardar la paz. En este sentido, algunos pasajes son estupendos, como la consecución de la firma de KGI en Japón o el de nadar con las ballenas. Pero Azuelos no sólo pone sus ojos en Thelma, también se detiene con sutileza en el apoyo incondicional de la abuela (gran trabajo de Muriel Robin) y en el cariño que ésta pone en acompañar a su nieto. Algunos momentos de relax, como el de la tinta en el hospital, están conseguidos.

Quizá La habitación de las maravillas no es una película redonda y es posible que el desenlace pueda resultar algo desconcertante, desigual, pero el conjunto se ve con sumo agrado y siempre reconforta, porque al fin y al cabo estamos ante el amor incondicional de una madre, inasequible al desaliento. Y cuenta además con una luminosa Alexandra Lamy (Sobre ruedas) en el papel protagonista, una empática y fotogénica actriz que transmite perfectamente los estados de ánimo por los que atraviesa.