Montecristo (2023), de Alberto Ruiz Rojo

Edmundo Dantés fue condenado injustamente por un crimen y ha pasado años encerrado en las cárceles cubanas. Pero ya libre se ha labrado una nueva identidad en Miami, ahora es Alejandro Montecristo, y es el empresario de moda gracias a su empresa tecnológica Sinbad. Es la ocasión para preparar su venganza contra los que urdieron la conspiración que provocó su encierro, pues sus enemigos no le conocen bajo su nueva identidad. De modo que viaja a España para intentar penetrar en el círculo de poderosos de Fernando Mondego y su suegro Cristóbal Herrera, que entre otras cosas promueven como candidata a presidenta del gobierno a Helena Vilaforte, que quieren que sea una títere en sus manos. Montecristo seduce a unos y otras, a ellas también en el catre, contando siempre con dos valiosos ayudantes.

“No te pido que me lo mejores. ¡Igualámelo!”, son un par de frases de uno de los personajes de los gags de José Mota, conformista con la situación en que se encuentra, que bien podríamos espetar a la serie que nos ocupa. La novela de “El conde de Montecristo” de Alejandro Dumas es un clásico, y se puede jugar a ambientarlo en un contexto contemporáneo, introduciendo cuestiones políticas más actuales, y jugar con elementos tecnológicos, por qué no. Pero todo debería jugar a favor de la corriente positiva del original, no a la contra.

Desgraciadamente este serie creada por Jacobo Díaz y Lidia Fraga, y dirigida por Alberto Ruiz Rojo, no acaba de encontrar su camino. Desconcierta su estructura narrativa exageradamente deconstruida, no es que simplemente introduzca muchos flash-backs, que sino que en las idas adelante y atrás todo está caprichosamente desordenado. La trama se sigue, pero el descoloque para el espectador es inevitable, no lograr sumergirte en lo que ves.

Por otro lado, las motivaciones de los personajes quedan muy desdibujadas, en realidad sólo se entienden las pulsiones más primarias, el poder, el dinero, el sexo, aunque todo introducido de un modo algo tosco. Vemos chantajes e intentos de aproximación, un momento en que Montecristo salva la vida a Herrera, una mujer en un manicomio, la introducción en “la manada”, a modo de secta de cazadores con un ritual grotesco... En fin, que se acumulan los despropósitos sin demasiado orden y concierto. El protagonismo corre a cargo del galán cubano William Levy, cabeza de un variado reparto hispanoamericano donde están la mexicana Esmeralda Pimentel, o los españoles Roberto Enríquez, Silvia Abascal y Juan Fernández.