Chupa (2023), de Jonás Cuarón

Cinta familiar de aventuras ambientada en los 80 que sigue a un chaval huérfano de padre, fallecido de cáncer, que va a pasar unos días con su abuelo, antiguo púgil de lucha libre, y sus primos a su rancho de México. Allí ha sido avistada la mítica criatura conocida como chupacabras, y unos gringos cazadores tratan de atraparla, pues al parecer segrega una sustancia con poderes medicinales que podría revolucionar la industria farmacéutica.

Jonás Cuarón reivindica con un guión escrito a ocho manos –Sean Kennedy Moore, Joe Barnathan, Marcus Rinehart y Brendan Bellomo– su herencia mexicana con una trama que rezuma nostalgia por su país por todos los poros, y cuyo atractivo se intenta vender al público global, pero sobre todo a su poderoso vecino estadounidense. Aunque con elementos autóctonos hispanos, especialmente el de la lucha libre, la película no deja de ser una especie de E.T., el extraterrestre a la mexicana, donde el protagonista y su familia intenta que un cachorro de chupacabras al que bautizan como Chupa, vuelva a casa. Aunque como también aparecen los chupacabras adultos, una especie de felinos alados, hay escenas que retrotraen a Parque Jurásico, mientras que Christian Slater con su atuendo se asemeja a un Indiana Jones bajito y en villano.

Quizá la trama es demasiado infantil y con pocas aristas, pero se ve con agrado, y es un canto a los lazos familiares. Podría haberse trabajado mejor la amistad de los niños, y la relación con el abuelo, Demián Bichir, que podría haber sido más entrañable y con tintes dramáticos por lo que apunta a ser una demencia senil. Pero al final el gran drama sobre todo es el de ayudar a Chupa, lo da pie a escenas más o menos emocionantes y trepidantes. La criatura no es un prodigio de imaginación, pero los efectos visuales fotorrealistas funcionan bien, nos podemos creer que tal animal existe.