La costa de los mosquitos (2021), de Rupert Wyatt

Vistosa adaptación de la novela homónima de Paul Theroux, que ya tentó en 1986 a Peter Weir, en la que quizá es la película más floja de su filmografía. La nueva versión creada por Neil Cross, responsable de Luther, actualiza la trama e introduce bastantes elementos nuevos, que la hacen menos plomiza y más dinámica. De este modo en el conjunto domina más la aventura, aunque por supuesto se mantienen las tensiones dentro de la familia, por la personalidad dominante, genial y anárquica del progenitor, la búsqueda de la utopía y el telón de fondo de la naturaleza, que puede ser dura y golpear fuerte, pero quizá no tanto como la supuesta civilización, una salvaje y desaforada sociedad de consumo que deja atrás a los menos favorecidos, que carecen de recursos para plantarle cara.

Los Fox, un matrimonio, Allie y Margot, con dos hijos adolescentes, Dina y Charlie, son una familia la mar de peculiar, que vive en una ciudad perdida del estado de Arizona. Allie tiene una inteligencia extraordinaria, pero obliga a su familia a seguir un estilo de vida pintoresco, pues están desconectados de los medios de comunicación, y la educación la reciben en casa, no van a la escuela. Que Dina se comunique con un noviete a través de un teléfono móvil no va a ser admitido por el cabeza de familia. Y aunque tiene grandes ideas, como una máquina para fabricar hielo a partir del fuego, nadie parece tomarle en serio. Pronto sabremos que la familia vive con nombres falsos, y se encuentran fuera de la ley, las autoridades les persiguen por algún crimen ignoto cometido por Allie. Cuando son descubiertos, se ven obligados a una precipitada fuga. El plan es cruzar la frontera con México y establecerse en un país de Centroamérica, donde vivirían a bordo de una embarcación.

Estamos ante una serie muy ágil e intrigante, y el formato de capítulos permite alargar la trama e introducir múltiples aventuras y situaciones de peligro, mientras se deslizan, al mismo tiempo, las ideas antisistema de Allie, y se presenta su compleja personalidad, donde conviven la conciencia de ser sabio, con la frustración típica de quien se siente incomprendido, y constate que el mundo se está yendo al garete. También comprendemos cómo Fox, y en todavía en mayor medida Dina y Charlie, se han visto arrastrados a una situación que no desean, ellos querrían una vida normal. La serie lo acentúa con las ideas de persecución y conspiración, que recuerdan, más allá de la versión fílmica de Weir, a una poco conocida cinta de Sidney Lumet, Un lugar en ninguna parte, donde también una familia huía de las autoridades gubernamentales; además la doble vida inicial de los protagonistas hace pensar en una reciente serie de éxito, la de espionaje The Americans.

El pulso narrativo es bueno, también por la buena dirección de Rupert Wyatt en los dos primeros capítulos –estuvo detrás de la distópica y también remake El origen del Planeta de los Simios–, y del eficaz cineasta televisivo Jeremy Podeswa en el tercero, con toda la travesía del desierto muy conseguida.

El reparto está muy bien seleccionado, con el protagonismo de Justin Theroux, sobrino del autor de la novela adaptada, a quien se muy implicado con su personaje. Melissa George tiene una amplia experiencia en series televisivas, y los menos conocidos y jovencitos Logan Polish y Gabriel Bateman, son una agradable sorpresa.