El estrangulador de Boston (2023), de Matt Ruskin

Loretta McLaughlin, casada y con tres hijos, es reportera de la sección Estilo de Vida de un periódico de Boston, el Record American. Es 1962, y ella cree que podría contar historias más interesantes en las páginas de sucesos. Cuando averigua que los asesinatos de tres mujeres solas en sus domicilios por estrangulamiento ofrecen varios elementos en común, consigue que su director Jack Maclaine acepte publicar la noticia, y le asigna como compañera investigadora a la más experimentada Jean Cole. Se producirán más muertes, y el tiempo irá transcurriendo, pero McLaughlin no cejará en su empeño por desvelar la verdad, apuntar a posibles culpables, y denunciar la negligencia policial.

Historia basada en hechos reales, que ya dio pie al clásico El estrangulador de Boston de Richard Fleischer, donde Tony Curtis era Albert DeSalvo, el hombre que confesó 13 asesinatos. La película que escribe y dirige Matt Ruskin, y produce Ridley Scott, sigue una dirección diferente, al adoptar el punto de vista de una de las dos periodistas que más esfuerzos dedicó para informar del caso. De un modo bastante exhaustivo, y a lo largo de más de tres años, describe las idas y venidas a domicilios de las víctimas, comisarías y cárceles por parte de McLaughlin, una dedicación que raya lo obsesivo, y que pasa factura a su vida familiar. Acaban siendo pasajes algo reiterativos, que alargan la narración sin hacerla emocionante y sin que progrese adecuadamente.

A Ruskin le falta un hervor a la hora de plantear la idea de que la violencia machista sería un mal endémico, y que faltaría interés en la investigación por llegar al fondo, por ser las víctimas mujeres, lo que además no deja de ser una teoría cuando menos discutible. De modo que no sabe sacar punta a las dudas sobre posibles culpables, o al cinismo de algún policía –con un actor que sabe jugar a la ambigüedad, Alessandro Nivola–, y no se explota lo suficiente la asociación entre las dos periodistas –y eso que se cuenta con excelentes actrices, Keira Knightley y Carrie Coon–, la presión del jefe –un Chris Cooper con personaje convencional– o el deterioro del matrimonio de la protagonista –se podría haber dado más juego a Morgan Spector y la evolución de su personaje, de comprensión a hartazgo–. En fin, la película se deja ver, tiene valores de producción y aprovecha bien el marco urbano de Boston, pero prometía más de lo que acaba dando.