The Crowded Room (2023), de Kornél Mundruczó

Nueva York, 1979. Danny Sullivan y su amiga Ariana salen del metro en pleno Manhattan portando un objeto oculto en papel estraza. Se trata de un arma de fuego, ambos han planeado disparar a alguien. Pero llegado el momento de la verdad, Danny titubea y la otra le quita el arma y dispara. Se inicia una persecución y Danny es detenido. Se ocupa de interrogarle la detective Rya Goodwin, de modo que toda la narración es desgranar lo que cuenta Danny sobre cómo se ha llegado a esa situación. Descubrimos entonces que Danny vivió con su madre y su padrastro, con el que no se llevaba bien, que se mete en líos en el instituto traficando con droga, y que en un momento dado de su vida juega un papel esencial su misterioso vecino, el señor Yitzak Safdie, que ocupa un gran caserón contiguo a su casa, donde vive también Ariana. Acaba mudándose a esta casa, donde permanece más de dos años, antes de que se produzca el tiroteo.

Una extraña miniserie, con cuidados valores de producción, creada por el guionista y productor habitual de las películas de Ron Howard, Akiva Goldsman, que se inspira libremente en el caso real de Billy Milligan, documentado en un libro escrito por Daniel Keyes. Muestra cómo puede torcerse el camino de las personas, cuando no ayuda el entorno familiar y de amigos, y los horizontes personales son muy estrechos. En este contexto, Danny, el protagonista, querría llamar la atención de la chica que le gusta, Annabelle, aunque ésta es muy dependiente de una amiga empoderada, Eden, tiene muy en cuenta su criterio sobre “pringaos”.

No acaba de funcionar bien el interrogatorio como elemento vertebrador de la serie, casi da la impresión de que se nos podía haber contado todo linealmente prescindiendo de él; aparte de que cuesta creerse al “querubín” Amanda Seyfried como interrogadora. Se quiere jugar con alguna sorpresa, pero a veces uno tiene la sensación de que le están haciendo un poquito trampa, el espectador ignora lo que la policía ya sabe, véase la identidad del tiroteado.

Los primeros episodios los dirige Kornél Mundruczó, que sorprendió con White God, pero luego ha decaído insistiendo en historias raritas como la de Fragmentos de una mujer. La que nos ocupa es también bastante chunga, de personajes marginales con los que resulta difícil empatizar, y ello aunque el protagonista tenga el rostro de Peter Parker-Spider-Man, o sea, el de Tom Holland, que seguramente buscaba el desencasillamiento. Deja bastante estupefacto el pasaje en que por fin parece que va a ligarse a su chica, y se la birla literalmente su compañera de caserón, Sasha Lane.