Tokyo Vice (2022), de Michael Mann

Miniserie basada en hechos reales, que consignó su protagonista, Jake Adelstein, en un libro de memorias. Está detrás J.T. Rogers, quien ya sorprendió adaptando su propia obra teatral en Oslo, donde también se pegaba a la realidad. Se ha contado para el episodio piloto con un director tan sólido como Michael Mann, quien andaba algo desaparecido tras el fiasco que supuso su mirada a los “hackers” en Blackhat. Amenaza en la red. Mann sabe imprimir un tono que atrapa a lo que vendrá en los capítulos siguientes.

Jake Adelstein, judío criado en Missouri, es un hombre subyugado por la cultura japonesa. Su padre es forense, y él ha decidido vivir en Japón, totalmente integrado en la cerrada sociedad de ahí, y dedicarse al periodismo criminal, que sigue las investigaciones policiales en curso. De modo que logra lo que parece imposible, ser fichado como periodista en Tokio del diario “Yomiuri Shinbun”. Lo supone lealtad absoluta a su empresa, y ganarse el respeto de sus colegas periodistas y de sus jefes. Empeñado en conocer los códigos con los que funcionan los criminales de la yakuza y los agentes de la policía, no se pliega a las convenciones sólidamente establecidas, y va configurando su red de contactos con unos y otros, en un delicado equilibrio, pues aquello supone moverse todo el tiempo en el filo de la navaja. A la hora de moverse en garitos nocturnos, le llama la atención una compatriota, Samantha, que ha echado raíces, aunque aspira a poder dejar de ser chica de alterne, y trabajar en un club como cantante. Jake conseguirá sus primeros “scoops” gracias a los lazos que forja con el veterano inspector de la policía Hiroto Katagiri, llegando a conocer incluso a su familia. Y poniéndose en marcha una guerra entre clanes de la yakuza, será convocado por uno de los capos.

El lejano Oriente siempre ha atraído a Occidente, y más concretamente Japón. En El último samurái veíamos de Tom Cruise veíamos a un oficial de caballería trasplantado a Japón, y en Silencio Martin Scorsese describía las dificultades misioneras en ese país. Y más específicamente en el ambiente de la mafia japonesa están las valiosas películas de Sydney Pollack Yakuza y Ridley Scott Black Rain. La serie que nos ocupa van en esta dirección, aunque el protagonista, un entonado Ansel Elgort, no se presenta como “un pez fuera del agua” al uso, pues Jake Adelstein ha hecho los deberes, y su conocimiento del entorno nipón es exhaustivo. Y aunque es evidente que exhibe su juventud, también da muestras de una sorprendente madurez, que compensa la falta de experiencia, que va adquiriendo paulatinamente. En tal sentido es bonita la red de relaciones que teje a su alrededor, donde destaca el Katagiri compuesto por el veterano Ken Watanabe, pero también su jefa, que interpreta Rinko Kikuchi, sus colegas, y la chica del club, glamourosa y radiante Rachel Keller, y su protector secretamente enamorado, Show Kasamatsu.

En el haber de la serie hay que consignar el cuidado equilibrio entre trama criminal, periodismo de investigación y dramas personales, y el esfuerzo por dar a conocer, sin caer en el exotismo, una cultura hermética que tanto nos atrae como la japonesa. La fotografía, mucha de ella nocturna, es excelente.