
Fritz Lang
85 años ()Expresionista de pura cepa
El maestro del cine germano Fritz Lang (Viena, 5 de diciembre de 1890 - Los Angeles, 2 de agosto de 1976) es otro de los genios indiscutibles del Séptimo Arte.
Está considerado como uno de los grandes del expresionismo y del cine negro norteamericano. De origen judío y católico como su padre, estudió Arquitectura y fue pintor. Guionista y realizador bajo la égida de Erich Pommer, debutó como director en 1919 y emigró a Estados Unidos a causa del nazismo.
Su formación arquitectónica y sentido pictórico contribuyeron a que se integrara en el movimiento expresionista, del que fue uno de sus más importantes creadores en el campo cinematográfico junto a F.W. Murnau, Robert Wiene, Paul Wegener..., aunque más estilizado y acaso más puro que sus coétaneos. En la primera época realizó filmes de la categoría de Las tres luces – también conocida como La muerte cansada– (1921), El doctor Mabuse (1922) la epopeya wagneriana Los nibelungos (1923-24), su monumental Metrópolis (1926), si bien estas dos últimas tienen elementos románticos y futuristas. Antes de que la ascensión de Hitler al poder le obligara a abandonar Alemania, realizaría dos nuevas obras maestras con implicaciones políticas: M, el vampiro de Düsseldorf (1931) y su parábola El testamento del Dr. Mabuse (1933), con las que ensayó la técnica del naciente sonoro. “M no fue un film antinazi como afirman algunos, sino una película contra la pena de muerte”, según me comentaría personalmente en 1970. “En lo que respecta a mi segundo Mabuse, sí pretendí hacer una cinta contra el nazismo, pues puse en boca de criminales las palabras de Hitler: la destrucción total y el mundo nuevo que él quería construir. Tanto es así que tuve que salir del país corriendo, tras ser requerido por el Führer”. Al huir de Alemania, Lang se separa de su esposa y coguionista, Thea von Harbou, que se transformaría en una de las mayores propagandistas del régimen nazi.
Al igual que otros colegas suyos, se dirigió a la Meca del Cine para continuar su brillante carrera. Tras una adaptación en Francia (Liliom, 1934), Hollywood le abrió las puertas en 1936 y allí prácticamente permaneció hasta su muerte. En esos largos años realizó nada menos que 22 filmes, dentro de varios géneros: el bélico, los policíacos y el cine “negro”, su género preferido, centrado en temas criminales y judiciales: La mujer del cuadro, Perversidad, Gardenia azul, Mientras Nueva York duerme...; así como los western -están hoy muy valorados La venganza de Frank James, Espíritu de conquista y Encubridora, que contribuiría a la renovación “intimista”-. Películas que sin llegar a la genialidad de sus mejores obras germanas, consolidarían también a Lang como un maestro del cine americano.
El talento de Fritz Lang se abrió paso fácilmente en Hollywood, aunque el estilo del sistema de producción americano era muy distinto del que había conocido en Alemania. “No encontré dificultades; al contrario, pude imponerme enseguida. Se me abrieron las puertas. La verdad es que en Europa no existían prácticamente los productores. Sin embargo, en Estados Unidos el régimen de producción está tan metido en el sistema capitalista que resulta inhumano. Sí, los productores son inhumanos; no son personas”, me manifestaba asimismo en 1970.
En la obra de Lang se aprecian claramente unas constantes: el complejo de culpabilidad real o ficticia del hombre, el cerco implacable del medio social, la persecución del destino, la fatalidad, el instinto de venganza, el deseo de justicia... Constantes que desarrolló incluso en su etapa americana, con los filmes psicológicos y de acción. De ahí que quizá pueda calificarse la obra langiana de determinista, donde el hombre no es realmente libre y la voluntad se encuentra encadenada por un factor decisivo, interno o externo. Ante esta observación personal, Lang replicó en la misma entrevista: “Yo no sé si es determinista o no mi postura; para mí lo importante no es el fin, sino el combate para alcanzarlo. Lo que el hombre necesita es combatir. Aunque el sistema le oprima a uno, lo que debe hacer es luchar para llegar al fin. Para mí el hombre es lucha y creo que no puede vencer, no puede alcanzar plenamente ese fin”.
A pesar de este pesimismo latente, el realizador vienés intentó hacer reaccionar al público con su cine: “No he pretendido hacer un cine sin más -concluía en aquella ocasión-, sino expresar mi concepción del mundo. Nunca he hecho películas para ganar dinero, aunque he ganado mucho, sino para el espectador. Cada cinta influye en el público y, a su vez, el público influye en la propia película. Cuando se cierra el ciclo es cuando la obra está completa. Nunca he pretendido cambiar las cosas, la sociedad. Para ello me hubiera dedicado a la política y no al cine. Sólo he pretendido mostrar realidades con el fin de que quienes las contemplen tomen decisiones personales”.
Son famosos su simbolismo expresivo, traducido por el movimiento de las estructuras plásticas, y su gran sentido espacial. Y, a nivel estético-narrativo, el denominado “cambio langiano”, por medio del cual una situación se transforma en algo totalmente opuesto al gesto o deseo que la han provocado, sin trampas ni abandonar la lógica, volviendo a ceder el paso al azar, ese Destino inexorable, según Fritz Lang, o dando un nuevo impulso a la acción. Al propio tiempo que su puesta en imágenes va borrando lo arbitrario y se queda en lo esencial.
Retirado a Los Angeles y dedicado a impartir cursos en las Universidades norteamericanas, viajaría a Alemania en 1959 para realizar cine. En la India rodó una coproducción inspirada en uno de sus guiones de juventud: El tigre de Esnapur y La tumba india, según el relato de Joe May, con quien había colaborado en sus inicios. Al año siguiente, volvería a su mítico personaje con Los crímenes del Dr. Mabuse (1960); mientras Jean-Luc Godard le homenajearía en El desprecio y Claude Chabrol le dedicaría un insólito Dr. M, en 1989. En la actualidad, la obra de Fritz Lang continúa siendo estudiada por los aficionados y especialistas.