
Jean-Pierre Melville
55 años ()El rey del hampa
En sus 13 películas hizo gala de un estilo fácilmente reconocible, por su amplia habilidad para sugerir con elementos mínimos, destacando sobre todo en el cine negro. Retrató como nadie a personajes de los bajos fondos, gangsters y supervivientes de la II Guerra Mundial. El cine de Jean-Pierre Melville inspiró a numerosísimos creadores posteriores y no ha perdido con el paso del tiempo.
Nacido en la capital francesa, el 20 de octubre de 1917, Jean Pierre Grumbach –su verdadero nombre– nació en el seno de una familia alsaciana de origen judío. A los cinco años le regalaron un tomavistas con el que filmaba a los suyos; poco después vio una película de mafiosos que le aficionó al cine americano, hasta el punto de cuando empezó a trabajar, en oficios diversos, como ayudante de un tratante de diamantes, o botones, le despedían continuamente, al parecer se metía a ver una película olvidándose de sus tareas.
Durante la ocupación nazi, apoya a la resistencia, los testimonios indican que tuvo un comportamiento heroico, jugándose la vida, por ejemplo participó en la batalla de Dunkerque. Le deja especialmente conmocionado la muerte de su hermano, militante socialista, cuando huía de los invasores.
En aquella época decidió cambiarse el apellido, por Melville, en homenaje al autor de “Moby Dick”. Rechazado por el sindicato de técnicos cinematográficos, al parecer había razones políticas no del todo claras, o se le consideraba germanófilo, decidió formar su propia productora, Melville Productions –con el tiempo llegaría a tener sus propios estudios, que se destruirían en un incendio–. Debuta en el largometraje con la interesantísima El silencio del mar, donde un anciano y su sobrina se ven obligados a dar alojamiento a un oficial nazi, que resulta ser afable. Ejerce él mismo como productor, guionista, editor y montador, lo que llevó a los críticos de Cahiers du Cinéma a considerarle un autor completo. “Estoy convencido de que tu primer film debe estar elaborado con tu propia sangre”, afirmó, sin duda refiriéndose a las numerosas notas autobiográficas presentes en él, por la contienda que tanto le había afectado.
En Los niños terribles adaptó una novela de Jean Cocteau, en torno a la relación de un niño con su protectora hermana, con la que recrea un mundo de fantasía. En su etapa inicial, que él mismo calificó como de “búsqueda de un lenguaje”, rodó también Quand tu liras cette lettre –sobre dos hermanas que se quedan huérfanas–, Bob el jugador –en la que un viejo gángster prepara un golpe a un casino–, y Dos hombres en Manhattan –donde él mismo interpreta aun periodista que investiga la vida oculta del representante galo en la ONU.
Supone un punto de inflexión en su filmografía Leon Morin sacerdote, que terminó de consagrarle, donde cuenta con actores conocidos, ya que Emmanuelle Riva interpreta a una viuda comunista que queda fascinada cuando un inteligente cura, encarnado por Jean-Paul Belmondo, no reacciona como ella esperaba al criticar la religión.
A continuación rueda sus títulos más conocidos, El confidente –en la que repite Belmondo como un atracador sospechoso de soplón–, Hasta el último aliento –con otra gran estrella del momento, Lino Ventura, como criminal escapado de la cárcel–, El ejército de las sombras –con Ventura como jefe de un grupo de la resistencia que escapa de los nazis– y Círculo rojo –con su actor favorito y gran amigo, Alain Delon, como organizador de un meticuloso robo de joyas en uno de los lujosos locales de Place Vendôme–.
Se considera su gran obra maestra a El silencio de un hombre, donde influido por el mejor cine negro americano radiografía la soledad de un asesino de la mafia, Jeff Costello (de nuevo Delon), que mantiene una relación inestable con una mujer, pero que acabará asediado tanto por los suyos como por la policía, tras asesinar a uno de sus objetivos. Pocas veces se ha definido tan bien a un personaje, Costello, con tan pocos detalles y diálogos. El estilo meticuloso sin elipsis de su director alcanza su cima en la legendaria secuencia de la persecución en el metro, imitada una y otra vez después.
Se recuerda también la cita, con la que inicia el film, “No hay soledad más terrible que la del samurái. Salvo, tal vez, la del tigre en la selva”. Estas introducciones de sus películas suponen otra de sus más curiosas señas de identidad, ya que resumen la esencia de lo que después se expone en la trama.
¿Sufría la soledad de sus personajes el propio Jean-Pierre Melville? Algo de eso había; se casó en 1952 con una mujer llamada Florence Welsh, con la que vivía encima de sus estudios, pero el matrimonio no dio lugar a ningún hijo. Para mitigar este vacío adoptaron a tres gatos.
Pensaba en la gran pantalla continuamente. “Hasta cuando duermo hago películas”, declaró. Pocos directores han sido tan cinéfilos, le apasionaba sobre todo el cine de Hollywood, mejor todo aquello calificable como film noir. Se jactaba de ver cinco películas por día, en su propia sala de proyección en su casa. “Menos de cinco y tendría síndrome de abstinencia”, afirmó.
Considerado el padrino de la Nouvelle Vague, son muchísimos los directores de prestigio de todo el mundo que le consideran su favorito o una de sus grandes influencias. Se rastrea su legado en realizadores estadounidenses como Martin Scorsese, Quentin Tarantino y sobre todo Jim Jarmusch –que le homenajeó mejor que nadie en Ghost Dog, el camino del samurái–, europeos como Aki Kaurismäki y asiáticos como Takeshi Kitano y John Woo.
Cierra su filmografía Crónica negra, de 1972, otra vez con Delon, esta vez del lado correcto de la ley, ya que encarna a un policía, más salvaje que los delincuentes, atrapado entre su deber y la amistad. Pese a su interés, recibió críticas desiguales y un mal recibimiento de taquilla. Falleció prematuramente, el 2 de agosto de 1973, a los 55 años, cuando le sobrevino un infarto agudo de miocardio. Preparaba un nuevo título, que habría adaptado “La condición humana”, la novela de André Malraux.