
Philippe Noiret
76 años ()Elegante y fraternal
Interpretó a personajes tan dispares como Alfredo, el proyeccionista, el poeta Pablo Neruda, el heroico D’Artagnan. Lo mismo era un juez, o un oficial del ejército con sólidos principios morales, que un gángster o un asesino, fuera de la ley. Sus personajes solían ser carismáticos, a veces gruñones, a los que siempre supo dotar de un lado entrañable. No es casualidad que Hergé, el creador de Tintín, dijera de él que era el actor ideal para encarnar en la pantalla al capitán Haddock. Tras varios meses de lucha contra el cáncer, Philippe Noiret murió el jueves 23 de noviembre de 2006. Fue uno de los rostros más emblemáticos del cine francés. Un actor elegante de encantadora mirada fraternal.
Nacido el 1 de octubre de 1930, en Lille, al norte de Francia, Philippe Noiret estudió interpretación, en el Centre Dramatique de l’Ouest. Empezó en el teatro, concretamente en la compañía TNP. En aquella época entusiasmaba a los espectadores por su versatilidad y su potente voz. Fue la directora Agnès Varda, aquella de Los espigadores y la espigadora, que por entonces era la fotógrafa de la compañía TNP, quien se dio cuenta de su potencial para el cine. Ni corta ni perezosa, le dio al actor su primer papel importante en el celuloide, en La Pointe-courte, extraordinario experimento cinematográfico que mezclaba imágenes documentales de la vida en un pueblecito de pescadores, con una historia trágica de ficción. Poco después, encarnó su primer papel inolvidable, Gabriel, el excéntrico tío de la protagonista de Zazie en el metro, una de las grandes películas de Louis Malle, que filmó una comedia contracorriente, en plena hegemonía de la Nouvelle Vague. Tras protagonizar Esposa ingenua, de Jean-Paul Rappeneau y El arte de vivir... pero bien, de Yves Robert, Noiret decidió dejar el teatro para centrarse en su carrera cinematográfica.
Además de enamorarse de su profesión, Noiret se enamoró de una compañera de profesión, la actriz Monique Chaumette, a la que conoció durante el rodaje de una versión televisiva de Macbeth, de 1959, en la que ambos tenían muy poco papel. Se casaron tres años después, y permanecieron muy unidos hasta la muerte del actor, a pesar de que Noiret tenía fama de encandilar a cuantas mujeres pasaban a su alrededor. Intentó la aventura americana, después de que George Cukor le diera un pequeño papel en Justine. Y a pesar de que llegó a trabajar con el mago del suspense en Topaz, uno de los peores filmes de Alfred Hitchcock, enseguida se dio cuenta de que sus posibilidades en Hollywood eran bastante limitadas. “Creo que para un actor europeo no hay nada que hacer en Hollywood, quitando a Banderas. Hasta los ingleses lo han tenido complicado. Yo hice dos o tres cosas; por ejemplo, rodar con Hitchcock y la Universal. Fue divertido, pero fue más que nada una anécdota sin importancia. La verdad es que no tenía ambición de triunfar en Hollywood, así que no me quejo”, recordaba el actor en una entrevista.
Más suerte tuvo en el cine italiano. Interpretó a uno de los cuatro desquiciados que, en La gran comilona, de Marco Ferreri, llegaban a un pacto de lo más aterrador: se encerrarían todos juntos para comer hasta morir. La película causó una gran polémica en su momento, y convirtió a Noiret en una estrella en Italia, donde rodó numerosas películas.
Bertrand Tavernier le descubrió en 1974, cuando le dio el papel protagonista en El relojero de Saint Paul, adaptación de una novela de Simenon en la que era un fabricante de relojes, que investigaba el asesinato de su hijo. Desde ese momento, Noiret se convirtió en el actor preferido del cineasta, que le reclutó para varias de sus mejores películas: El juez y el asesino, donde Noiret era el juez, 1280 almas, Une semaine de vacances, Veillées d’armes, Contre l’oubli, Alrededor de la medianoche, La hija de D’Artagnan, en la que era un D’Artagnan enfermo con numerosos achaques y sobre todo La vida y nada más, donde encarnó al comandante Dellaplane, que al término de la Primera Guerra Mundial ayudaba a una mujer a encontrar a su marido desaparecido.
A finales de los 80, Philippe Noiret se convirtió en el emblema de un tipo de cine europeo de calidad, capaz de competir con el cine más comercial procedente de Hollywood. Participó en La familia, de Ettore Scola, un éxito tras ser nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Pero el verdadero bombazo fue otra película italiana, Cinema Paradiso, sensible tributo a la pasión cinéfila, en la que encarnó a su personaje más inolvidable, el mítico Alfredo, un proyeccionista que coleccionaba los trozos de celuloide con los besos que la censura le obligaba a cortar de las películas.
“Agradezco mucho a los Estados Unidos que nos salvaran en la guerra. Pero también tengo que decir que hoy somos víctimas de su imperialismo cinematográfico. Hemos dejado al cine americano invadirnos del todo, pero de eso somos culpables todos en Europa, porque no hemos sido capaces de unirnos para rivalizar con él”, recordaba el actor. Desde luego, fue capaz de plantar cara a las grandes majors, por ejemplo con El cartero (y Pablo Neruda), en la que se convirtió en el famoso poeta chileno, que recriminaba a su cartero haberse apropiado de sus obras, para seducir a su amada, y éste le respondía: “La poesía no es de nadie. Es de quien la necesita”.
Le reclamaban mucho menos los cineastas a finales de los 90, por lo que Philippe Noiret decidió volver a los escenarios, alternando el teatro con la pantalla. El thriller Edy fue su último trabajo, aunque antes de morir dejó terminado 3 amis, una comedia de Michel Boujenah, en la que interpretó un pequeño papel.