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Crítica Anonymous (2011)

Autor, autor

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El conde de Oxford está triste. En primer lugar, porque siendo un escritor de talento, no puede hacer público su don, pues se supone que componer poemas y obras de teatro es oficio propio de plebeyos. Motivo por el cual se busca un hombre de paja para que firme sus obras, que debía ser Ben Jonson, pero que acaba siendo el tosco actor, que no sabe escribir la “o” con un canuto, William Shakespeare. Por si éste fuera poco pesar, Oxford se encuentra atrapado en un matrimonio sin amor con una mujer que le emparenta con la todopoderosa familia Cecil, consejeros de la reina Isabel I, de quien realmente nuestro caballero está enamorado.

Roland Emmerich sorprende a propios y extraños alejándose del género catastrofista al que debe la fama ( Independence Day, El día de mañana) para hacer una inmersión en el drama isabelino, en algo que bien podríamos denominar “historia ficción”, subgénero que ha dado joyas cinematográficas como Amadeus, referencia obvia del film: casualmente ambos títulos empiezan por “A” y acaban por “us”, pero sólo en este detalle y en el tipo de historia coinciden, pues la película de Milos Forman está a años luz de lo logrado por un Emmerich con ínfulas de iconoclasta.

Resulta curioso que el guión del film se deba a John Orloff, que firmó el libreto de Un corazón invencible, que se basaba en una historia real. Aquí se parte de las dudas de los académicos acerca de la autoría de la obra de Shakespeare para orquestar una trama que no acaba de funcionar. Seguramente el principal problema, que Emmerich no sabe solventar, es que en realidad está contando dos historias que no tienen mucho que ver entre sí, son como el aceite y el agua: por un lado está el talento literario oculto del conde de Oxford, atribuido a un patán, con los celos entre unos y otros autores; y por otro las intrigas palaciegas y el drama familiar y afectivo del protagonista. Aunque se intenta relacionarlas –el subtexto de las obras de teatro aludiría a la situación política, los problemas de Oxford conformarían una gran tragedia que supera con creces la ficción...–, lo cierto es que cada una va un poco por su lado, torpemente. Si en Amadeus Mozart tenía rasgos que lo hacían insoportable, aquí se cargan más las tintas: Shakespeare es un tipo mediocre, a lo que suma su condición de ambicioso, mujeriego, asesino y traidor, y su nula capacidad de escribir; por si fuera poco, a la reina Isabel, al menos en los pasajes en que presenta una edad avanzada, se la pinta como una ridícula vieja chocha con algún escaso momento de lucidez, con alguna escena gratuita como aquella en la que un noble irrumpe en sus estancias sorprendiéndola con sus doncellas en paños menores. Tal acumulación de trazos grotescos no hacen ningún favor al film, que está exigiendo al espectador una suspensión de la incredulidad, una complicidad a la que resulta difícil responder afirmativamente.

De modo que todo se queda en un intento fallido de Emmerich por desencasillarse, donde un competente reparto no tiene mucho que hacer por los trazos demasiado simplones de sus personajes. Pero en fin, siempre queda el empaque de la época, algunos fragmentos de la obra de Shakespeare, y sobre todo los impactantes prólogo y epílogo pronunciados por un contemporáneo Derek Jacobi, todo un guiño a la idéntica función que ejercía el actor en el Enrique V (1989) de Kenneth Branagh.

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