
Rob Reiner
76 añosUno de los hombres buenos
Actor, director, activista político. Rob Reiner ha desarrollado siempre una amplia actividad, sin parar quieto un momento, con aciertos y errores, como todo ser humano, aunque quizá a él le gustaría ser alguien de entre “algunos hombres buenos”.
Rob Reiner nació en el Bronx de Nueva York en 1947, en el seno de una familia judía con dos hermanos, donde ambos progenitores se dedicaban al mundo artístico. Estelle era actriz, menos conocida que Carl Reiner, comediante muy popular en Estados Unidos, impulsor de “El show de Dick Van Dyke” y director de un buen puñado de películas. Siendo adolescente, los Reiner se trasladaron a Los Ángeles, y Rob compartiría pupitre con un famoso actor en el futuro, Richard Dreyfuss. Dado su background, a nadie puede extrañar que decidiera estudiar en la Escuela de Cine de UCLA.
Ya a edad temprana, en los 60, surgieron a Rob Reiner oportunidades actorales en series televisivas, como Batman y El show de Andy Griffith. Pero cuando verdaderamente se convirtió en una estrella de la pequeña pantalla fue en la muy amada serie de los 70 Todo queda en familia, donde daba vida a Michael Stivic, cuñado liberal del protagonista que interpretó cinco años y le valió dos Emmys. Su apodo “Meathead”, algo así como “Cabeza de chorlito”, se instaló de inmediato en la cultura popular, hasta el punto de que Reiner aseguraba en una entrevista que si algún día le dieran el Premio Nobel, los periódicos titularían “Cabeza de chorlito gana el Premio Nobel”. Nunca abandonaría del todo su faceta interpretativa, con pequeños papeles en su filmes, o en los de otros, como en Algo para recordar, Balas sobre Broadway, Primary Colors o El lobo de Wall Street, y en series como New Girl o Hollywood.
Pero Rob Reiner quería ser un artista total como su padre, lo que suponía también dirigir. Y logró resultados notables en las décadas de los 80 y los 90 del pasado siglo. Su debut con el falso documental sobre una banda de rock This Is Spinal Tap (1984) se convirtió en película de culto, mientras que Juegos de amor en la universidad (1985) venía a ser un anticipo de su título romántico más celebrado, Cuando Harry encontró a Sally (1989), con guión de Nora Ephron, en que Billy Crystal y Meg Ryan nos hacían preguntar si un hombre y una mujer podían mantener una amistad sin ir más allá en su relación.
Cabe decir que Reiner tuvo un gran olfato para escoger historias para luego dirigirlas. Stephen King fue la base de dos de sus títulos más celebrados, el nostálgico Cuenta conmigo (1986), sobre las andanzas de una pandilla de adolescentes en verano, cuando descubren un cadáver –Richard Dreyfuss era uno de los niños, ya adulto, que contaba la historia–, y Misery (1990), sobre un accidentado escritor de best-sellers, James Caan, que ha decidido matar a su personaje más querido, lo que no hace ninguna gracia a la enfermera –oscarizada Kathy Bates– que le auxilia y retiene contra su voluntad. Precisamente King inspiró el nombre de la productora de Reiner, Castle Rock Entertainment, y William Goldman firmó el guión de Misery, pues antes se había dado la feliz colaboración de director y escritor en La princesa prometida (1987), donde el segundo adaptaba su propia novela, singular homenaje a los contadores de historias y simpática parodia de los cuentos tradicionales con princesas. Por supuesto ahí se pronunciaba la célebre frase “Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir”.
Si los títulos citados hasta ahora pertenecen claramente a la cultura popular, y han servido para imprimir el nombre de Rob Reiner en letras doradas en la historia del cine, el siguiente, Algunos hombres buenos, sería el que le concedería el anhelado prestigio de sus compañeros de la Academia, que le nominaron para el Oscar en el apartado de mejor película. De nuevo un gran escritor, Aaron Sorkin, adaptaba su propia obra de teatro, donde se encausaba a un militar de alta graduación por las novatadas en la Academia que regenta. La cinta contaba con un reparto de campanillas donde estaban Tom Cruise, Jack Nicholson y Demi Moore, y destacaba la escena climática en que Cruise preguntaba a Nicholson aquello de “¿Ordenó usted un código rojo?”. Sorkin volvería a hacer un guión para Reiner, el de El presidente y Miss Wade (1995), fallida historia romántica de un presidente de Estados Unidos viudo, pero que sirvió al escritor para prepararse cara a su célebre serie El ala oeste de la Casa Blanca. El film confirmaba además las simpatías demócratas de Reiner y Sorkin, el primero ha tenido un activismo político toda su vida, de modo que uno de sus mayores chascos fue la derrota electoral de Hillary Clinton ante Donald Trump, aunque pudo resarcirse cuando posteriormente apoyó al actual presidente, Joe Biden.
No tuvo suerte Reiner con su singular film Un muchacho llamado Norte (1994), fábula en que un niño –la entonces estrella infantil Elijah Wood– busca nuevos padres ante el egoísmo de los que le han tocado en suerte. Y lo cierto es que a partir de mediados de los 90, la carrera del director se tornó irregular. No acertó con la historia sobre racismo Fantasmas del pasado (1996), y resultó algo sosainas Historia de lo nuestro (1999), donde con Bruce Willis y Michelle Pfeiffer abordaba el drama del divorcio. Él mismo había pasado por ese trance, pues se divorció en 1991 de su primera mujer, la directora Penny Marshall –adoptó a la hija de ella, Tracy–, tras una década casados; posteriormente se casó con la fotógrafa Michele Singer, que le dio tres hijos. Y decepcionó Dicen por ahí... (2005), más teniendo como protagonista a la “friend” Jennifer Aniston frente a Kevin Costner. También sonaba a “antigua” la historia de una gran amistad de dos enfermos terminales Ahora o nunca (2007), y eso a pesar de contar con dos monstruos de la interpretación, Jack Nicholson y Morgan Freeman.
Sus últimos trabajos, de 2017, se basan en hechos reales y arrojan su aseadita mirada a la historia política estadounidense reciente, ambas con el protagonismo de Woody Harrelson: A la sombra de Kennedy habla de Lyndon Johnson, que tuvo que suceder a JFK tras su asesinato; y Desvelando la verdad habla del periodismo de investigación sobre las supuestas armas de destrucción masiva en Irak que justificaron la invasión de ese país por parte de George W. Bush.