
Bruce Willis
68 añosEspíritu burlón
En los 80, apenas existían precedentes de populares actores televisivos que triunfaran en las pantallas. Hasta que Bruce Willis pasó de la pequeña a la gran pantalla, a base de carisma y desparpajo. Humanizó a los héroes de acción, e imprimió al género naturalidad y mucha socarronería. Destaca cuando le tocan personajes que han vivido una gran tragedia –ya sea la muerte de un paciente o la desintegración matrimonial–, y aunque la procesión va por dentro, tratan de superarlo sin perder el sentido del humor. Y aunque normalmente le llaman para personajes duros de matar que salvan el mundo, Bruce Willis ha demostrado ser capaz de sacar adelante personajes más complejos, con matices oscuros.
Es un dato poco conocido que Walter Bruce Willis nació el 19 de marzo de 1955, en la base militar de Idar-Oberstein, una localidad alemana. Resulta que su padre, David Willis, era un soldado estadounidense destinado en Alemania, donde encontró al amor de su vida, Marlena, la madre del actor. Cuando Bruce cumplió los dos años, la familia se trasladó a Pennsgrove, un pueblecito de Nueva Jersey. Allí pasó el resto de su infancia, finalizó sus estudios y se matriculó en Montclair Stage, una escuela de Arte Dramático. Cuando acabó, decidió trasladarse a Nueva York para probar suerte como actor teatral. Necesitado de dinero, Willis se ganaba la vida como camarero, y eso que se le daba bastante mal. Una noche, un director de reparto acudió a tomarse unas cervezas al bar en el que trabajaba Bruce Willis. Le gustó tanto la forma de ser del actor, que le contrató como extra en El primer pecado mortal, donde ni siquiera le mencionaban en los títulos de crédito. Este trabajillo aumentó la confianza en sí mismo del actor, que logró ser seleccionado para diversos papeles teatrales. Por aquella época cultivaba su gran afición, la música, tocando la armónica con grupos de diversos estilos. Pronto empezaría a adquirir notoriedad con sus trabajos en televisión. Debutó en la pequeña pantalla como traficante de armas en Corrupción en Miami. A continuación, causó sensación con la serie Luz de luna, que le granjeó un Emmy –máximo galardón de la televisión estadounidense- por su papel de detective que llevaba una agencia con Cybill Shepherd. Willis se hizo muy popular y en 1986 publicó un disco de rock titulado The Return of Bruno, que fue un éxito de ventas.
A continuación pasó a los cines con la comedia de Blake Edwards Cita a ciegas, donde quedaba con Kim Basinger, una buena chica que se trasformaba en una loca si bebía alcohol. Y aunque el film era una variación poco disimulada de La fiera de mi niña y ¿Qué me pasa, doctor?, con algunos gags calcados, tenía un aire de comedia clásica que le hizo triunfar en las carteleras. Willis repetiría a las órdenes de Edwards en Asesinato en Beverly Hills, que pasó desapercibida. Poco afectó este fracaso a la carrera de Willis, escogido entre muchos candidatos porque añadiría humor a su personaje por el productor Joel Silver y el director John McTiernan para La jungla de cristal, una de las películas más espectaculares de todos los tiempos. Insuflándole tridimensionalidad al protagonista, un hombre vulnerable y afectado por los problemas conyugales que se enfrentaba a peligrosos terroristas descalzo, Willis cambió para siempre el género de acción, hasta entonces dominado por superhéroes inhumanos y poco creíbles estilo Rambo. Willis recuperó al memorable personaje de John McClane en cuatro secuelas, La jungla 2. Alerta Roja y Jungla de cristal 3. La venganza, La jungla 4.0 y La jungla: Un buen día para morir, inferiores al original pero lo suficientemente amenas.
Tan arriba estaba Willis en ese momento, que se pudo permitir algún que otro fracaso más, como el drama de Norman Jewison Recuerdos de guerra, la fallida adaptación de La hoguera de las vanidades y El gran halcón, una comedia de robos tan surrealista como aburrida. Paradójicamente, la actriz Demi Moore, una desconocida cuando se casó con Bruce Willis, se convertía en una estrella con Ghost. Y aunque el matrimonio se divorció en el año 2000, antes Willis y Moore tuvieron tres niños. “Estoy más orgulloso de ser padre que de ser actor”, ha declarado Willis.
En las pantallas, Willis volvía a conocer el éxito, sobre todo cuando regresó al territorio de la acción con El último boy scout. También realizó memorables trabajos como marido maltratador en Pensamientos mortales –coprotagonizado por Demi Moore, su esposa-, y como cirujano, en La muerte os sienta tan bien. En aquella época destaca su interpretación de Butch Coolidge, el boxeador gafe de Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, con el que repetiría en un pequeño papel en Four Rooms. Precisamente, una de las señas de identidad de Willis es que los directores con los que trabaja suelen quedar satisfechos y repetir con él, como Robert Benton (Billy Bathgate, Ni un pelo de tonto), y Rob Reiner (Un muchacho llamado Norte, Historia de lo nuestro). Especialmente significativo es el caso de M. Night Shyamalan, que le dio dos de sus mejores papeles, en El sexto sentido y El protegido. En los últimos años, la carrera de Willis se distingue porque abarca diversos géneros, como la ciencia-ficción (El quinto elemento, 12 monos, Armageddon), la comedia (El chico, Falsas apariencias), y los thrillers bélicos (La guerra de Hart, Lágrimas del sol). De todas formas, parece que el público le sigue prefiriendo en películas de acción, como Hostage, Sin City y la cinta policíaca 16 calles, dirigida por Richard Donner. También ha estado en Alpha Dog, un drama de Nick Cassavetes.
Aunque siguió trabajando a buen ritmo, casi siempre en títulos de acción, la calidad de su filmografía fue decayendo. Entre sus filmes más destacados de los últimos años sobresalen Los sustitutos, Looper, Moonrise Kingdom y Huérfanos de Brooklyn, pero eran casi la excepción a la regla. También aceptó unirse a los actores de acción de su generación en esa serie B impulsada por Stallone, en la segunda entrega, Los mercenarios 2. A finales de marzo de 2021 anunció su retirada de las pantallas debido a que padecía afasia, una enfermedad que le dificulta el habla, indispensable para su trabajo.