
Harvey Keitel
84 añosPremios: 0 Oscar (más 1 nominaciones) Ver más
El favorito
Tardó en decidirse, arrancó por fin y la suerte le dio la espalda. Después de superar el bache, el veterano actor neoyorquino estabilizó su carrera artística, convirtiéndose en uno de los actores favoritos del público y la crítica.
Harvey Keitel nació en Brooklyn en 1939. Antes de cumplir la mayoría de edad se alistó en la Marina estadounidense, con la que intervendría en el conflicto del Líbano. Cuando dejó el servicio militar, trabajó como taquígrafo y como dependiente en una tienda de zapatos. Poco después se matriculó en el Actor’s Studio, pero no con la intención de ser intérprete, sino con el objetivo de superar una dislexia que le impedía expresarse con claridad.
Una vez que descubrió su vocación, y después de participar en alguna obra de teatro off-Broadway, se presentó al casting de ¿Quién llama a mi puerta? (1968), primer film de Martin Scorsese, quien quedó hechizado con la exhibición de Keitel, y no tardaría en convertirle en uno de sus actores fetiche. Juntos trabajarían en Malas calles, Alicia ya no vive aquí, Taxi Driver y La última tentación de Cristo, la mayoría producidas en la década de los 70. También durante estos años tuvo la oportunidad de trabajar con Ridley Scott –en Los Duelistas, 1977– y Paul Schrader –en Blue Collar, 1978–. Pero a finales de estos años, su suerte cambió.
En 1979, después de varias semanas de rodaje del legendario Apocalypse Now, Francis Ford Coppola, con quien por lo visto tuvo “diferencias creativas”, le reemplazó por Martin Sheen en el papel del Capitán Benjamín L. Willard. Este hecho deprimió bastante al actor, que pensó incluso en retirarse de la profesión, y como en Hollywood no hacían más que ofrecerle papeles mediocres, decidió irse a Europa a probar fortuna.
El viejo continente le ofreció nuevos proyectos con directores europeos de renombre, como Ridley Scott (con quien repitió en Thelma y Louise) o Bertrand Tavernier (La muerte en directo). Pero no fue hasta los años 90 cuando obtuvo el reconocimiento que merecía de parte de las dos industrias cinematográficas con las que había trabajado. Aunque años antes había afirmado que los premios no deben ser sinónimo del valor del actor –“el verdadero éxito supone dedicación, implicarse totalmente en algo”, comentó–, en 1991 recibió su primera nominación al Oscar con una gran emoción, como es lógico... Fue por su papel secundario en Bugsy, biopic del gángster que levantó la ciudad de Las Vegas.
A partir de este momento su carrera despegó. Fueron los años de Reservoir Dogs, El piano, Pulp Fiction, Abierto hasta el amanecer... títulos de sobra conocidos, que compaginó con su incursión en películas de corte independiente, de las que es un gran defensor. De hecho, hace algunos años fundó la productora The Goatsingers, junto a la actriz Peggy Gormley, con el objeto de financiar proyectos de jóvenes realizadores.
Cuando ya era una estrella, se convirtió en la personificación de su propio barrio a través del díptico formado por Smoke y Blue in the Face, donde Wayne Wang y Paul Auster reivindicaban el “cualquier tiempo pasado fue mejor” en torno a la esquina de una calle de Brooklyn.
Por sus rasgos y su físico, a menudo le hemos visto ejerciendo el rol de tipo duro, sin embargo ha sido capaz de mostrar otros muchos registros, como manifestó en filmes como La mirada de Ulises, del griego Theo Angelopoulos, donde se puso en la piel de un cineasta que abandona Hollywood para regresar a su país natal, a través de un emocionante viaje donde el protagonista se va reencontrando con su pasado.
Este drama es sólo un ejemplo de la versatilidad de Keitel que, por mucho que diga que no son necesarios, merece bastantes más galardones. Es un actor, además, que suele gustar al público. Aunque en la pantalla se convierta en el más cruel y déspota –en Teniente corrupto, por ejemplo–, tiene algo en la mirada que suaviza y elimina toda su maldad. Si un actor es capaz de hacer eso sin labrarse un retén de enemigos, es que es un actorazo.