
John Wayne
72 años ()Premios: 1 Oscar (más 1 nominaciones) Ver más
El héroe americano
Que levante la mano aquél de nosotros que de niño no quería ser como John Wayne. Raro sería. De igual manera que todas las chicas querían ser princesas, los chavales deseábamos desenfundar con la rapidez de Cole Thornton y ser los cowboys más duros al sur de Picketwire. Y por supuesto anhelábamos enfrentarnos a Liberty Valance y llevarnos luego el beso de la rubia Hallie, o ser fugitivos de la justicia y lanzarnos al suelo con el winchester preparado para vengar la muerte de los seres queridos.
La respuesta al por qué de esa poderosa atracción es sencilla: John Wayne es el héroe por excelencia de los sueños infantiles, el arquetipo de la valentía y de los grandes valores humanos, paradigma de lealtad, honradez y fortaleza. Pero además –y esto era lo definitivo– manejaba el revólver con una maestría que mezclaba a un tiempo la rapidez del Shane de Alan Ladd (Raíces profundas), la entereza del James McKay de Gregory Peck (Horizontes de grandeza), el valor del sheriff Will Kane de Gary Cooper (Solo ante el peligro), la puntería del Lin McAdam de James Stewart (Winchester 73) o la fría impasibilidad del William Munny de Clint Eastwood (Sin perdón). Y, por si esto fuera poco, cuando veíamos una película de John Wayne había tres cosas de las que podíamos estar completamente seguros: que Duke era el bueno de la historia, que hiciera lo que hiciese eso era lo que había que hacer y que al final triunfaría sobre cuantos enemigos se cruzaran en su camino. Tom Doniphon, Ethan Edwards, Sean Thornton, Tom Dunson, John T. Chance, Davy Crockett, Cole Thornton, Ringo Kid, Rooster Cogburn, Kirby York. Nombres de personajes inmortales que forjaron la leyenda…
Pero nadie nace siendo una leyenda, y antes de convertirse en icono del cine, y del western en particular, John Wayne hubo de curtirse durante bastantes años. Su nombre real era Marion Michael Morrison y había nacido en Winterset (Iowa) el 26 de mayo de 1907. Durante un tiempo su segundo nombre no fue Michael, sino Robert, hasta que sus padres, Clyde y Mary, se lo cambiaron tras el nacimiento de su hermano Robert. Cuando el pequeño Marion tenía siete años, la familia se trasladó a Palmdale (California), pues su padre padecía una afección pulmonar y necesitaba un clima más cálido. Allí vivieron en un rancho y el futuro actor se familiarizó con los caballos, unos animales que le acompañarían muy de cerca en su carrera cinematográfica. Sin embargo, la familia volvió a trasladarse pronto a Glendale, cerca de Los Ángeles. A la temprana edad de once años, Marion ya hacía sus trabajillos por la ciudad; en concreto se levantaba a las cuatro de la mañana para repartir el periódico "Los Angeles Examiner", luego iba a la escuela y por la tarde hacía recados para su padre, que trabajaba de farmacéutico. Y es por aquella época, 1918, cuando le impusieron su famoso sobrenombre: parece que se debió a un bombero local, que siempre le veía caminando por las calles acompañado de su perro, llamado Little Duke. Con lo que él mismo recibió el nombre de Duke, apodo que ya le duraría toda la vida. Por lo visto, Marion no era mal estudiante y gracias a su gran corpulencia –en su último año en la escuela medía 1,90 y pesaba 80 kilos– también se le daba bastante bien el rugby. Su solicitud para entrar en la Academia Militar de Annapolis fue rechazada, pero gracias a una beca deportiva pudo matricularse en Derecho en la Universidad del Sur de California. En el equipo de rugby conoció a un tipo que se convertiría en algo más que un compañero: se llamaba Ward Bond, también llegaría a ser actor y la amistad entre ambos duraría hasta la muerte de Bond en 1960. En total trabajaron juntos en 22 películas y 2 series de televisión.
John Wayne entró en el mundo del cine por accidente, ya que debido a una lesión hubo de dejar el equipo de rugby, por lo que también perdió la beca. Sin recursos para costearse los estudios, abandonó la universidad y entró a trabajar de ayudante en los estudios de la Fox. Era 1926. Durante cuatro años trabajó como extra en casi una veintena de películas y trabó relación con un tipo de origen irlandés llamado John Ford. La oportunidad de su vida llegó en 1930, cuando el gran Raoul Walsh buscaba un protagonista para su película La gran jornada. Su amigo John Ford se acordó entonces del joven “Duke” Morrison y le recomendó. La película no fue gran cosa, pero gracias a ella nació John Wayne. Y es que a Walsh no le gustaba el nombre de Morrison y decidió bautizar al debutante con el nombre que, pasados los años, definiría la esencia del western. A partir del film de Walsh, John Wayne participó en alrededor de sesenta películas de bajo presupuesto (dramas, comedias, películas de aventuras y sobre todo westerns), con directores como Joseph Kane, George Sherman o Robert N. Bradbury (para Monogram Pictures), y por supuesto John Ford, con quien hizo Legado trágico (1928), Cuatro hijos (1928), Shari, la hechicera (1929), El triunfo de la audacia (1929), Tragedia submarina (1930) y El intrépido (1930). Y así hasta que llegó La diligencia en 1939. Esta obra maestra de John Ford regaló a John Wayne el papel del forajido Ringo Kid –callado, noble, valiente– y le catapultó a la fama. Con los años, el binomio Wayne-Ford daría como resultado varias colaboraciones maestras para el cine.
La década siguiente es enormemente fructífera para el Duke. A comienzos de 1940, volvería a trabajar con su “padrino” Raoul Walsh en el western Mando siniestro y durante toda la década iría poco a poco forjando su carácter de héroe, gracias a títulos fordianos como Hombres intrépidos (1940), No eran imprescindibles (1945), Los 3 padrinos (1948), Fort Apache (1948), La legión invencible (1949) y Río Grande (1950). Estos tres últimos forman la llamada “Trilogía de la caballería”, un fresco épico y nostálgico de la vida en la frontera, donde la amenaza de los indios y la aspereza del desierto sólo eran comparables con las audaces hazañas de los pioneros militares en tierras de conquista. Por aquella época John Wayne se había convertido en casi un hijo para el maestro Ford, tal era la compenetración entre ellos. En esos años también compartió protagonismo con la estrella Marlene Dietrich en tres películas notables: Siete pecadores (1940), Los usurpadores (1942) y Forja de corazones (1942). Y participa también en destacables películas bélicas, como Tigres del aire (1942) o La patrulla del coronel Jackson (1945), y en aventuras marítimas como Piratas del Mar Caribe (1942), de Cecil B. DeMille.
Además, en 1948 John Wayne trabajó por primera vez con uno de los mejores y más versátiles directores de la historia, Howard Hawks. La película, Río Rojo, incluía al hondo y obsesivo personaje Tom Dunson, que preconizaba al atormentado Ethan Edwards de Centauros del desierto. Cuentan que John Ford, al ver el trabajo de Wayne en el rodaje, le espetó a su amigo Hawks: ¡pero si el cabrón sabe actuar!”... Así se las gastaba cariñosamente el director de Cape Elizabeth. Además de esa obra mayor, en la que Duke estaba maravillosamente acompañado por la pareja formada por Montgomery Clift y Joanne Dru, Wayne llegó a rodar otras cuatro películas más con el director de La fiera de mi niña y Tener y no tener, todas ellas jugosísimas muestras del vigoroso modo de entender el cine del maestro Hawks: la aventura africana ¡Hatari! (1962), y los memorables westerns Río Bravo (1959), El Dorado (1966) y Río Lobo (1970).
Resulta extraño que en su vida personal, el “yanqui” John Wayne tuviera predilección por mujeres de ascendencia latina. Se casó tres veces. En 1945 se divorció de su primera mujer, Josephine Saenz, tras doce años de matrimonio y cuatro hijos. Al año siguiente se casó con Esperanza Baur, pero once años más tarde volvió a divorciarse. Su tercera y última esposa fue la peruana Pilar Palette, con quien tuvo tres hijos. Entre sus siete hijos, los más cinéfilos recuerdan a Patrick Wayne, también actor, gracias a sus papeles en Centauros del desierto o El Álamo (1960).
Curiosamente fue en el género bélico en donde John Wayne recibió su primera nominación al Oscar. Pero su personaje del sargento Stryker en la notable Arenas sangrientas, ambientada en la batalla de Iwo Jima, no se llevó finalmente el premio. Dos años más tarde protagonizó la primera de las tres obras maestras que aún iba a rodar con su amigo John Ford. Fue una película especial, ya que hablaba de los ancestros irlandeses de ambos (tanto los O'Fearna como los Morrison provenían de allí). El hombre tranquilo es de un encanto y un romanticismo superlativo y el Sean Thornton de John Wayne es de los mejores personajes creados para la pantalla, una improbable pero perfecta mezcla de rudeza y sensibilidad. Con la siguiente obra maestra, Centauros del desierto, la alianza Ford-Wayne llegó a la perfección. Cualquiera que pensase que Wayne no era un buen actor, sólo tenía que ver su mirada desquiciada en algunos pasajes –tras ver el cadáver de Lucy en lo alto de la roca, por ejemplo– para comprender que Duke es un volcán interior de sentimientos. Centauros del desierto es un hito del cine: su argumento trasciende el western, remite a clásicos como la Odisea y habla de la perpetua búsqueda del hombre. En 1961 John Wayne dirigió y protagonizó El Álamo (1960), un proyecto personal largamente acariciado. El film, elogiado por Ford –muchos ven su mano detrás de muchas escenas–, es una recreación, llena de fuerza épica, de la lucha por la independencia de Texas. Aunque económicamente casi le supuso la ruina a John Wayne, lo cierto es que hoy en día conserva todo su poder de atracción. Y al año siguiente rodó la última obra maestra con John Ford: El hombre que mató a Liberty Valance (1962). El director de Maine supo crear un fresco nostálgico sobre el fin del Oeste, de sus pioneros, sus bandidos y sus héroes. Nadie mejor para personificar esa realidad que John Wayne, porque él “es” ciertamente Tom Doniphon, con toda la carga de romanticismo y honestidad que alberga el corazón del cowboy de Shinbone, verdadero héroe de la leyenda.
A partir de 1964 la salud del Duke empeora y se le diagnostica un cáncer. Le extirpan un pulmón y sigue en la brecha. Entre otras cosas, todavía le quedaba ganar el Oscar, gracias a su papel de Rooster Cogburn en Valor de ley (1969), meritoria película de Henry Hathaway. Entre sus últimos filmes destacan Chisum (1970), la ya citada Río Lobo (1970), canto del cisne de Howard Hawks, El rifle y la Biblia (1975), junto a Katharine Hepburn, y El último pistolero (1976), que fue su despedida del cine, triste y crepuscular. Entretanto John Wayne sobrevive a un segundo cáncer.
A comienzos de 1979, año de su muerte, y a petición de las actrices Maureen O'Hara y Elizabeth Taylor, le fue concedida nada más y nada menos que la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos de América. La inscripción lo decía todo: “John Wayne, americano”. Con un tercer cáncer en su cuerpo, debatiéndose ya entre la vida y la muerte, John Wayne solicita la asistencia espiritual de un sacerdote católico. Le atiende el padre Francis Curtis, quien le administra el bautismo y John Wayne es recibido en el seno de la Iglesia Católica. Poco después muere. Era el 11 de junio de 1979.
Premios
Ganador de 1 premio
- Actor principal Valor de ley
Nominado a 1 premio
- Actor principal Arenas sangrientas